miércoles, 8 de noviembre de 2023

Irresistible: Capítulo 36

 —Ya sé que has dicho que Paula no estaba, pero creo que he oído su voz —le decía Pedro.


—Paula no... Bueno, es que... —Bella agitó una mano en el aire. No le gustaba mentir—. Bueno, y Sofía está en pijama, así que no sería apropiado...


—Déjalo, Bella — Paula agarró la puerta de manos de Bella y la abrió. No podía dejar que aquel hombre la acobardase—. Tengo algunas cosas que hablar contigo, así que será mejor que acabemos con ello.


—A ver si te aclaras —Bella la fulminó con la mirada, se dió la vuelta y desapareció en su cuarto.


Pedro y Paula se quedaron cara a cara en la puerta. Él se quedó mirándola y mirándola, mirando su pelo que le llegaba hasta la cintura en un mar de ondas de colores. Ella se preparó para un comentario negativo.


—Tu pelo —casi susurró él.


—¿Qué le pasa? —ella se arropó con la chaqueta de ciervos que llevaba sobre la camisa y esperó. Las mechas moradas, verdes y naranjas que Sofía le había puesto le daban un aspecto de arco iris despistado. Se irían con los lavados, pero eso no les hacía menos llamativas.


—Vaya... Es mucho más largo de lo que imaginaba.


Eso no era precisamente algo ofensivo. ¿Qué pensaría del cambio de color?


—Me gusta llevarlo largo —en realidad, tenía una relación amor—odio con su pelo. Le hubiera gustado que fuera rubio y liso como el de sus hermanas, en lugar de castaño e incontrolablemente rizado.


Su madre había dejado de llevarla al peluquero cuando tenía ocho años, y ahora Paula pensaba que si se lo dejaba corto, se rizaría más, así que lo llevaba largo, y normalmente se lo recogía y se olvidaba de él. Pero con Pedro mirándola de ese modo, era muy consciente de cómo le caía sobre los hombros y la espalda y le parecía... Sensual.


—Ya no tengo tiempo para cambiarlo —dijo, tomando el abrigo y el bolso de detrás de la puerta—. Además, si me hiciera trenzas, Sofi se ofendería porque no se vería su trabajo.


—Me alegro de que no te lo hayas trenzado —la sinceridad de su declaración era evidente, y también el brillo de sus ojos tenía un significado unívoco.


A ella le pareció que la miraba como si la acariciase, y casi hasta pudo sentir su tacto. Así de fácil, había conseguido desequilibrarla de nuevo.


—Debemos ponernos en camino o llegaremos tarde —dijo ella, irritada por la calidez de su tono de voz.


Si le pedía con serenidad que cesase aquello, se solucionaría el problema, pero, entonces, ¿Por qué no lo hacía?

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