viernes, 17 de noviembre de 2023

Irresistible: Capítulo 60

 —Apaga la luz.


—No mientras quede un soplo de vida en mi cuerpo. Quiero ver lo que tanto he imaginado. Eres preciosa... Déjame.


Y así se deshizo de sus últimas defensas. Ella asintió y dejó caer el vestido al suelo. Sus manos acariciaron cada parte del dulce cuerpo de Paula con tanta ternura que ella estuvo a punto de llorar. Nunca había imaginado que aquello sería así. Él volvió a besarla, sus movimientos llenos de desesperación, mientras ella lo seguía deseosa de más. ¿Sería también así para él? Entonces empezó a dudar:


—¿Será bueno? ¿Crees que los dos...?


—Te prometo que nos daremos placer el uno al otro.


Luchando por mantener el control, la acostó lentamente sobre la cama, colocándole el pelo sobre la almohada, pidiendo no hacerle daño cuando su cuerpo escapara de su control. La duda era por el hecho de que ella no había tenido ningún otro amante, ni lo tendría jamás, pensaba con decisión. Y entonces Pedro empezó a amarla con manos temblorosas y palabras suaves al oído. Ella se dejó llevar y las lágrimas afloraron a sus ojos en medio de la belleza del momento. La alegría y el dolor se mezclaron y sólo permaneció la alegría, cuando la alcanzaron juntos. Él la acarició después mientras empezaba a cerrar los ojos y caer en un dulce sopor, y la arropó con una camisa suya. Paula quería hablar, compartir sus sentimientos, pero su cuerpo la venció y cayó en un profundo sueño.


—Duerme, cariño —y Pedro la abrazó de un modo casi febril—. Quiero pasar esta noche a tu lado. No podría soportar... No tenerte.


—Te daré lo que quieras —murmuró ella, y arropada en su fragancia masculina, se durmió contra su pecho.


¿Cuánto tiempo pasaron así? ¿Una hora? ¿Dos? Pedro no podía olvidar el momento que acababan de compartir, que a él le había arrebatado el sentido. Había sido presa de la necesidad y la desesperación, y al fin fue consciente de lo mucho que la necesitaba y de que la vida no sería lo mismo sin ella. ¿Qué le había pasado? «No puedo dejarla escapar». Ella se había entregado a él, confiada y con toda su intensidad, y él la había amado del mismo modo. Cuando ella le pasó una mano por el pecho y gimió en sueños, él volvió a desearla. Una y otra vez. «No quiero dejarla escapar». Echaría raíces por ella; de repente, empezó a desear un matrimonio, hijos, hogar y todo lo demás. «Tengo que dejarla escapar». Dejarla o ver cómo todo su mundo se volvía del revés por su culpa. Ver cómo le hacía daño.


—Pedro, ¿Qué ocurre? —preguntó ella adormilada, luchando por despertarse.


—Nada —mentira. Ocurría de todo, y todo tan fuera de su control que se sintió aterrado. La había deseado tanto que había olvidado la protección. Si ella concebía... —. Duérmete.


Le acarició el pelo para ayudarla a conciliar el sueño de nuevo. No era momento de hablar, no tenía valor para eso. Lentamente, Pedro fue recomponiendo sus defensas y todos los motivos por los que si él se marchaba, ella saldría beneficiada.

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