lunes, 13 de noviembre de 2023

Irresistible: Capítulo 50

Estaba celoso, pero antes de dejar aflorar la esperanza, se dijo que en realidad no era un cumplido que Pedro asumiera que ella se había ido del brazo de otro. Leonardo dió un paso al frente, su cuerpo musculoso por el trabajo de mecánico, tenso.


—No me gusta el tono que emplea con mi amiga.


Paula pensó que Pedro ni lo había oído. Él la miró de arriba abajo, fijándose en su vestido plateado con una abertura que dejaba ver el ombligo, y entonces llegó a sus ojos, sin gafas. Leonardo sabía que en realidad no las necesitaba y le había pedido que no se las pusiera. El aire frío hizo que ella se estremeciera y se arropara con los brazos. Por un momento, los ojos de Pedro brillaron de deseo, pero después volvió a estar simplemente enfadado.


—Te llevaré a casa.


En otra ocasión, se habría negado, aunque Leonardo sólo fuera un amigo, porque Pedro actuaba como un padre sobre protector, o como si tuviera algún derecho sobre ella.


—Sí, vamos —le dijo, con tono seco —. Yo también tengo que hablar contigo —después se giró hacia Joe—. Es importante, Leonardo. Ya hablaremos.


Leonardo dudó un momento antes de asentir y darle su abrigo. Pedro y ella se quedaron solos, y Paula quería que se marcharan de allí cuanto antes. Seguía deseándolo, pero ése era otro asunto.


—Ponte el abrigo antes de que te congeles —dijo él, abriéndolo para ella sin muchas contemplaciones.


Como no tenía sentido pillar un catarro sólo porque Pedro estuviera mandón, se lo puso. Después él cerró los ojos y ella lo perdonó por su mal genio.


—Lo siento —dijo, por fin—. Me resulta muy difícil estar a tu lado sin más —se aclaró la garganta—. El coche está por aquí.


Si él no hubiera mostrado abiertamente lo que la deseaba, tal vez ella habría sido capaz de resistir, pero así... Sus defensas empezaron a hacerse añicos. Una vez en el coche, de camino a su casa, ella intentó hablar, pero las palabras no le salían. Sabía que él no iba a quedarse permanentemente con ella, y a Paula una aventura no le bastaba, ahora se daba cuenta.


—Alguien te ha amenazado —le dijo ella por fin cuando estacionaron frente a su casa.


—¿Qué ha pasado, Pau? Te encuentro con otro tipo y estás aterrorizada —su tono era iracundo y confundido a la vez—. Por un lado, quiero hacerlo pedazos, y por otro, pienso que sería un tremendo error.


—Lo sería. Leonardo es sólo un amigo.


—Más que un amigo —repuso él, gélido.


—Un muy buen amigo. Nos conocemos desde el instituto. No tiene nada que ver con lo que me asustó.


—¿En serio? —Pedro sacudió la cabeza—. ¿Si no fue tu amigo, qué paso?


—Leonardo se fue un momento después del espectáculo a saludar a un amigo —intentó contener un escalofrío—. Mientras yo lo esperaba, un hombre que conocía mi nombre se me acercó y me dijo que si no te mantenías lejos de los muelles, acabarías... Muerto —no podía soportar la idea de que algo le ocurriera a Pedro—. No sé lo que está pasando, pero tienes que prometerme que te mantendrás alejado de ese sitio. ¿Me lo prometes?


—Debe ser la investigación —murmuró él, y juró con rabia—. Tenemos que estar cerca de encontrar lo que buscamos.


—¿Quién podía ser? ¿De qué estaban hablando? —ella quería oír de sus labios que se mantendría a salvo. Ya estaba claro que no lo olvidaría...


—La discusión telefónica que tuve con el director de la empresa de estibadores... —pareció dudar, pero después suspiró y siguió adelante—. Los estibadores están encontrando cosas raras. Al parecer son cosas pequeñas, pero han conseguido levantar sus sospechas.


—¿Y vas a investigarlo? ¿No serán sólo imaginaciones suyas?


—Bueno, además de eso, he encontrado algunas cuentas que no cuadran —Pedro arrugó el ceño—. Se podría pensar que las dos cosas están relacionadas, y por eso he mandado a dos investigadores a los muelles.


—¿Y dónde has descubierto esos problemas en las cuentas de la empresa?


Pedro se quedó un momento en silencio, y cuando habló, fue casi con disculpándose.

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