viernes, 3 de noviembre de 2023

Irresistible: Capítulo 30

 —Tengo ganas de llegar a casa...


—¿Tanto te molesta mi compañía?


Justo cuando creía que había dejado el tema atrás, Pedro volvía a sacarlo a la luz. Demonios.


—No lo he dicho como ofensa hacia tí —lo mejor sería evitar la confrontación directa, así que cambió de tema—. Me sorprende que tengas un coche como éste.


«¿Eres tan romántico como lo sugiere tu coche?» Desde luego que no. Tal vez tuviera un coche romántico, pero su actitud era completamente contraria al romance.


—Compré el coche hace años. Cuando me fui de Australia, Eduardo se quedó con él. Un mecánico le hace revisiones periódicas y lo conduce de vez en cuando para mantenerlo en buen estado — hechos, realidades... Nada de romanticismo.


—Ya veo —Paula se quedó en silencio y se dijo a sí misma que tenía que agradecer esos pequeños recordatorios de cómo era él en realidad.


Inexplicablemente, se quedó completamente dormida. Se despertó de repente cuando él aparcó cerca de su casa y salió del coche: Era el momento de librarse de Pedro. Tenía que haber estado despierta y preparada para el momento, y no medio dormida dando cabezadas.


—Gracias por llevarme a ver a Eduardo y por traerme a casa — educada, pero firme a la hora de despedirse de él.


 Después podría desplomarse, cuando estuviese en privado, en casa. Bueno, con toda la privacidad que le daba a una el vivir con sus dos hermanas. «Líbrate de él ahora». No quería invitarlo a pasar, sería una estupidez ahora que había recordado por qué no tenían nada que ver el uno con el otro, así que no sacó las llaves, ni jugueteó con el bolso ni hizo ningún otro gesto que pudiera ser interpretado como una invitación a entrar. Pero a Paula le picaban los dedos. Le picaban de verdad.


—No es que quiera sacar las llaves, ni nada de eso, es sólo que no me he puesto crema de manos y tengo la piel seca.


Pedro arrugó los labios y el ceño, confuso.


—¿Perdón?


—Ah, no es nada. Sólo estaba pensando en lo que iba a hacer ahora —para cuando hubo terminado la explicación, Pedro ya había subido la mitad de las escaleras tras ella—. Bueno, gracias de nuevo. Tienes que estar deseando...


—Abrirte la puerta —él extendió las manos pidiéndole las llaves—. No tengo prisa, pero tenemos que entrar ya. No hace precisamente calor aquí fuera.


Antes de que ella pudiera darle las llaves o pensar en alguna respuesta ingeniosa, la puerta se abrió. Dos mujeres preciosas, la una vestida con ropa ajustada negra, y la otra, de marrón y suelta, los miraban desde dentro.


—Llegas tarde —dijo Isabella, siempre en su papel de hermana mayor. Era rubia y no podía contener el gesto de preocupación—. Podías haber mandado un mensaje o algo. ¿Dónde has estado?


—Traes compañía —apuntó Sofía, mientras sus larguísimas pestañas aleteaban, intentando disimular la sorpresa. Tenía el pelo color miel, y unos rasgos perfectos.


Bien, entonces Paula no llevaba a muchos chicos a casa. Sus hermanas tampoco lo hacían. Aunque Bella había dicho algo de un chico hacía unos días, ella no hizo mucho caso. Si su hermana decidía ir en serio con él, ya se enteraría en su momento. Las dos hermanas se quedaron mirando a Pedro, con sus bellos rostros ardientes de curiosidad. Ahora no lo dejarían marcharse, así que las esperanzas de Paula de librarse de él quedaron de repente reducidas a la nada, aunque tendría que intentarlo por última vez.

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