viernes, 10 de noviembre de 2023

Irresistible: Capítulo 43

 —Será lo que tú quieras, Pau. Lo poco o mucho que tú quieras —¿Se daría cuenta él del poco margen de aguante que ella tenía en ese momento?—. No he ocultado mis deseos, pero esto no tiene por qué ir más allá de dos personas intentando mantener el calor en medio de una tormenta y un apagón. Tú eres la que elige, ¿Estás bien así?


—No creo estar bien en absoluto —pero la combinación de su voz grave, el calor de las mantas y el abrazo de Pedro empezaban a acunarla como una nana.


Sus párpados empezaron a caer con pesadez y no pudo contener un suspiro al dejarse vencer por el sueño. Pedro la abrazó con más fuerza y e inclinó la cabeza para acariciarle la cara.


—Tienes un pelo precioso —le dijo, sabiendo que ella ya no lo escuchaba, a la vez que le soltaba las horquillas que sujetaban sus trenzas—. Deberías llevarlo suelo más a menudo.


Le venía bien que ella se hubiera dormido, porque apenas podía contener el deseo que sentía por ella. Acarició sus trenzas y la mano que tenía apoyada contra su pecho, deseando que permaneciese allí, porque quería estar lo más en contacto con ella que pudiera. «Paula Chaves, si pudiera estar con una mujer, ésa tendrías que ser tú». El pensamiento se había colado por debajo de sus defensas. Se agitó incómodo, pero no la movió. Después se recostó contra su asiento para descansar.


—Mmm. Pedro —ella se acurrucó aún más como una gatita, y eso le aceleró la sangre a él.


Sentado en medio de la oscuridad, se dijo que tenía que calmarse y poco a poco, aún acariciando su pelo, se durmió. Paula se despertó con la sensación de la boca cálida y sensual de Pedro sobre la suya en un beso profundo y lleno de ansiedad. Ella gimió, ardiendo de deseo, y se aferró a sus hombros. Estaban tumbados, sus cuerpos uno contra el otro. Cuando abrió los ojos, vió un coche pasar por la carretera que iluminó lo justo para que ella pudiera adivinar el calor que brillaba en los ojos azules de Pedro. Tenía que detener aquello, pero allí, junto a él, no recordaba el motivo.


—¿Pedro?


—Estoy aquí —la oscuridad los envolvía de nuevo. Él le acariciaba la espalda—. Si esto es un sueño, no quiero despertar.


—La tormenta ha parado —ni lluvia ni truenos, sólo sus pensamientos como compañía.


—¿En serio? Porque yo aún te deseo, y eso no tiene nada de sereno o tranquilo.

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