viernes, 10 de noviembre de 2023

Irresistible: Capítulo 44

 —Hum... Bueno —se habían ido acercando el uno al otro, llevados por el deseo, y ahora ella deseaba dejarse arrastrar completamente por él.


«Si quiero besarlo, ¿Por qué no hacerlo? Y si quiero algo más, ¿Por qué voy a negarme?»


Cuando él le apartó el pelo de la cara, ella tomó una decisión. Tendría una experiencia con él, y después lo dejaría. Dejaría que se marchara. Después de todo, no estaba enamorada de él. Apartando la repentina incomodidad que sintió, levantó la cara hacia él. Él buscó su boca con ansia. El tacto de sus labios pedía y daba a partes iguales mientras la atraía más cerca de su cuerpo. «Pedro... Quiero ser para tí tan importante como tú lo eres para mí». Nada más pensarlo, borró ese pensamiento de su mente. Más tarde pensaría en ello.


—Paula, he deseado tanto esto —él la llevó hacia él hasta casi tenerla tumbada bajo su cuerpo —a ella casi se le paró el corazón mientras el beso intensificaba su ritmo, su calor—. No sabes cuánto te deseo.


—Yo también te deseo —más de lo que estaba dispuesta a admitir.


—Pau —él gimió su nombre contra sus labios, luchando contra el deseo y por mantener el control—. No tenía que haberte dejado quitarte las gafas. Me tientas demasiado. Quiero hacerte el amor.


Entonces se apartó. Pedro buscó las mantas, que habían caído al suelo y se las echó a ella por encima para que no se enfriase.


—Si quieres hacerme el amor, ¿Por qué no lo haces? —era la única decisión que Paula podía tomar.


—Dios, Pau. Si lo dices en serio...


—Lo digo en serio —la oscuridad alentaba sus sentimientos y le facilitaba el hablar.


Él gruñó antes de empezar a besarle el cuello y las orejas, y ella se estremeció.


—Deberás detenerme si no deseas esto realmente —susurró él entre besos y caricias.


—Lo deseo —lo abrazó con fuerza para que no le quedaran dudas—. Estoy segura.


—Dios...—enterró la cara en su pelo y buscó el control que siempre había tenido con las mujeres—. Abre los labios.


—Tú también —pidió ella, encendida por su orden.


La ternura dió paso a la necesidad; él deseó gritar al mundo entero que ella era suya, que se pertenecían el uno al otro y que nada en el mundo podría impedir eso. La razón lo abandonó, expulsada por un ansia sexual que lo sorprendió por su intensidad. Tenía que tenerla. Tenía que hacerla suya.


—No te muevas. No cambies nada. Te quiero así tal y como estás.


Pero se negó a analizar las sensaciones que lo estaban dejando sin aliento y que no podía comprender.


—No quiero moverme. Estoy demasiado bien...

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