Paula abrió los ojos al sentir el sol en la cara. Nada más despertarse, recordó la conversación que había tenido con Pedro la noche anterior. Se había abierto de verdad con ella. Después, ya en el dormitorio, le había dado la medicina y le había quitado los pantalones. Pero no le había dado un beso de buenas noches, ni siquiera uno en la frente. Se levantó y salió del dormitorio. No sabía quién iba a encontrarse en el salón. Supuso que sería Nadia, Brenda o Gabriela. No creía que Javier se atreviera a volver. Pero cuando entró en el salón se encontró con él.
–Buenos días –le dijo Javier.
–¿Vas a estar hoy a mi cuidado?
–No, lo estaré yo –intervino Pedro.
Vió entonces que estaba sentado en el suelo junto a un sillón e instalando una impresora. Miró a su alrededor. Había cables y cajas por todas partes y una mesa nueva.
–¿Qué están haciendo?
–Como te suelen dar dolores de cabeza al trabajar en tu ordenador portátil, a Pedro se le ha ocurrido crear un espacio de trabajo más cómodo para tí –le dijo Javier.
–Así podrás imprimir las páginas de los documentos si es la pantalla lo que te da dolor de cabeza –intervino Pedro–. Me he dado cuenta de que no puedes limitarte a dormir y caminar. No te vendrá mal empezar con el análisis de los datos del monte Baker.
Le emocionó ver lo que estaba haciendo por ella y que la hubiera escuchado cuando ella le contó la anoche anterior que se sentía bastante frustrada. Le dió la impresión de que Pedro había cambiado.
–Pero, antes que nada, hay que desayunar –le recordó su marido–. Iba a salir a comprar huevos.
–Puedo ir yo –les dijo Javier.
Cuando se quedaron solos, le entraron ganas de besar a Pedro y no solo para darle las gracias.
–No sabes cuánto te lo agradezco –le dijo ella con el corazón en la garganta.
–Tu trabajo es importante y sé que esto te facilitará mucho las cosas.
–¿Tienes que trabajar esta noche?
–No, ya he recuperado lo turnos que perdí cuando estuve en Seattle.
Paula miró el nuevo sillón y la mesa con la impresora. Cullen lo había colocado todo pensando que ella solo podía usar la mano izquierda. Sintió en ese momento mucho afecto por él.
–Sé que no es fácil tenerme aquí. Te agradezco mucho todo lo que estás haciendo y lo que has hecho –le dijo con sinceridad–. Espero que lo sepas.
Pedro le dedicó una maravillosa sonrisa de satisfacción.
–Ahora lo sé.
Durante la siguiente semana, Paula estuvo durmiendo menos y trabajando más. El análisis de los datos recogidos en el volcán le daban algo en que pensar que no fuera Pedro. Todavía soñaba con él y echaba de menos sus besos, pero no habían vuelto a caer en la tentación. Por muy convincente que fuera el cuento de hadas, sabía que no debía dejarse llevar. Estaba a gusto allí con él y le gustaba ver que empezaba a abrirse con ella, pero eso no cambiaba nada. Sabía que tenía que volver al monte Baker, al instituto vulcanológico y a su vida. Era el primer día que iba a pasar sola, un gran paso hacia su recuperación. Por fin se sentía un poco más independiente. Había echado de menos al despertarse el olor a café y las charlas con sus nuevos amigos. Creía que por eso debía volver a Bellingham cuanto antes.
Como les cuesta a los dos abrir su corazón!
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