miércoles, 22 de enero de 2020

Mi Bella Embustera: Capítulo 9

¿Cómo sobrevivían los padres a la batalla diaria con sus hijos? Paula respiró profundamente para no lanzar un grito de frustración mientras señalaba el cuaderno de su hermana. Solo le quedaban cuatro problemas de matemáticas, pero Gabi se mostraba tan remolona como si le estuviera pidiendo que se arrancase las pestañas una a una.

—Casi hemos terminado, Gabi. Venga, tú puedes hacerlo.

—Pues claro que puedo hacerlo —replicó su hermana. Aunque medía medio metro menos que ella, Gabi siempre conseguía mirarla por encima del hombro—. Es que no veo por qué tengo que hacerlo.

—Porque son tus deberes, cariño. Si no los terminas, te suspenderán en matemáticas.

—¿Y qué?

Paula apretó los puños bajo la mesa. Su hermana era increíblemente inteligente, pero no estaba motivada en absoluto y, considerando cuánto se había esforzado ella las pocas veces que su madre la envió a un colegio cuando era niña, eso la frustraba sobremanera. En esos días, ella misma se hubiera arrancado las pestañas antes de dejar de hacer los deberes. Miró la vieja casa, con su antiguo papel pintado y las manchas de humedad en el techo. Recordó entonces su elegante casa en Scottsdale, con su puerta pintada de rojo, su cuidado jardín… de repente, la echaba tanto de menos que era desesperante. Su madre se la había robado, como le había robado tantas cosas, pero intentó apartar de sí la amargura. Ella había tomado sus propias decisiones. Nadie la había obligado a vender la casa para pagar a las víctimas de los fraudes de Alejandra… En fin, estaba haciendo lo mismo que hacía Gabi, pensar en cosas que ya no podía cambiar.

—Si suspendes tendré que darte clases yo misma y las dos sabemos que eso será mucho peor para ti que ir al colegio. Venga, cuatro divisiones más.

Gabi tomó el lápiz, suspirando pesadamente. Unos minutos después había terminado de hacer los deberes y dejó el lápiz sobre la mesa.

—Ya está.

—No ha sido tan difícil, ¿Verdad?

Como Paula había esperado, Gabi hacía las divisiones sin el menor problema. La niña abrió la boca para responder, pero antes de que pudiese decir una palabra sonó el timbre y las dos dieron un respingo. La repentina esperanza que brilló en los ojos de Gabi rompió el corazón de Paula. Le gustaría abrazarla, decirle otra vez que Alejandra no iba a volver.

—Yo iré a abrir —dijo la niña. Y, sin hacer caso de sus órdenes, se levantó para abrir la puerta.

Si alguna vez había necesitado cuidarse del peligro era aquel momento, pensó Paula, asustada al ver al sheriff de Pine Gulch en la puerta. Pedro Alfonso tenía un aspecto peligroso y su instinto de supervivencia se puso en marcha de inmediato. Gabi pareció decepcionada por un momento, pero escondió sus emociones tras una máscara impasible.

—Hola, sheriff —dijo Paula por fin—. Qué visita tan inesperada.

Por no decir desafortunada y poco bienvenida.

—Siento haber venido sin avisar, pero me han encargado una misión importante.

Paula miró a Gabi y vió un brillo de curiosidad en los ojos de su hermana. El jefe de policía parecía estar escondiendo algo en el porche, pero desde allí no podía ver lo que era.

—¿Qué clase de misión? —le preguntó.

—Es una historia muy simpática. Mi sobrina, Abril, está en la misma clase que tu hija.

Paula miró a Gabi, diciéndole con los ojos que no abriese la boca. Sabía que estaba siendo muy antipática con el sheriff al no invitarlo a entrar, pero no quería que invadiera su espacio.

—Sí, Gabi ha mencionado a Abril más de una vez.

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