miércoles, 29 de enero de 2020

Mi Bella Embustera: Capítulo 18

—Un pequeño accidente —respondió su hermano—. No es nada. Probablemente ni siquiera será una quemadura de tercer grado.

—Llevaba toda la mañana haciéndolo tan bien —Paula suspiró—. ¿Por qué has tenido que venir para estropearlo todo?

No había querido decir eso y, al ver que los dos hombres la miraban con cara de sorpresa, respiró profundamente, intentando mantener la calma.

—Lo siento mucho.

—No pasa nada —dijo David—. Mis pantalones se han quemado un poco, yo no.

Luis la llamó entonces y fue un alivio para ella.

—¡El pedido!

—Es tu tortilla —murmuró, alejándose a toda prisa.

Pedro se sentó al lado de su hermano con una sonrisa en los labios.

—¿Cómo sabías que quería una tortilla?

—Pide una, esa es mía —replicó David.

—Ah, qué curioso, yo iba a decir lo mismo.

Paula no tuvo tiempo de descifrar el subtexto de la frase mientras volvía a la barra para recoger el plato. Ni entendía por qué delante de dos hombres guapísimos solo uno de ellos era capaz de hacer que le temblasen las rodillas.

—¿Y el sheriff? —le preguntó Luis.

Ella dejó escapar un suspiro.

—Tengo que preguntarle.

Después de dejar la tortilla frente a David, Paula se volvió hacia Pedro, intentando sonreír.

—¿Ya sabes lo que quieres tomar?

—Sí, creo que sí. Me apetece algo dulce… una tostada francesa. Y huevos revueltos.

—¿Café?

—Descafeinado.

Paula fue a la barra para hacer el pedido y, aunque no era su intención, escuchó parte de la conversación entre los dos hombres:

—¿Sabes algo? —preguntó David.

—No, pero sé que hay algo. Pasé por el rancho anoche para devolver un libro que Luciana me había prestado y Abril estuvo en la habitación todo el rato.

—Qué raro —murmuró su hermano—. A lo mejor está enferma.

Paula frunció el ceño mientras limpiaba una mesa. Esperaba que no estuviese enferma porque Gabi pasaba mucho tiempo con la sobrina de Pedro. Si Abril estaba enferma y se trataba de algún virus, seguramente su hermana enfermaría también tarde o temprano y no podía permitirse el lujo de perder días de trabajo.

—Luciana dice que no tiene fiebre y no le duele nada, pero lleva unos días muy callada y apenas come. Y ayer no quiso ir a dar un paseo en su poni después del colegio.

—Eso sí que es raro.

—He hablado con Lu esta mañana y dice que también ella está preocupada.

Paula no tenía más excusas para seguir por allí, especialmente cuando tenía otros clientes que atender, de modo que se alejó e hizo lo posible por ignorar a los Alfonso mientras tomaba pedidos y llenaba tazas de café.

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