viernes, 31 de enero de 2020

Mi Bella Embustera: Capítulo 23

De nuevo, Pedro se preguntó a qué se habría dedicado antes de mudarse a la casa de su abuelo. ¿Qué experiencias harían que una mujer se volviera tan cínica como para preguntarse constantemente si había algo oculto tras la amabilidad de la gente?

—No tienen ningún motivo oculto, te lo aseguro. Es que son así. A Luis y Diana les importa Pine Gulch. Cuando lleves algún tiempo aquí, descubrirás que en este pueblo a la gente le gusta cuidar de los demás.

—Estoy empezando a verlo —murmuró ella—. ¿Qué estás haciendo, por cierto?

Después de lo que acababa de decir sobre la buena gente de Pine Gulch, a Pedro le daba cierto apuro contarle la verdad.

—Bueno, no todo el mundo es tan honesto. Rafael Ashton, el propietario de la tienda, parece creer que es víctima de una conspiración de los niños del pueblo para robarle caramelos.

—¿Y estás tomando huellas? Eso me parece un poco exagerado.

—Lo hago para que el señor Ashton me deje en paz —admitió él—. Es un hombre mayor y muy testarudo. He intentado explicarle que no servirá de nada, pero tiene el corazón delicado y no quería estresarle más.

Paula lo miró como si fuera una especie extraña y, en aquel momento, Pedro se sentía como tal.

—Lo sé, es una estupidez.

Ella sacudió la cabeza, sonriendo.

—No, no creo que sea una estupidez. Creo que es un detalle muy tierno por tu parte.

Pedro no sabía si quería que ella pensara que era «tierno». Había sido policía durante la última década y policía militar durante cuatro años antes de eso. Había pasado el período «tierno» años atrás, si lo había sido alguna vez. Pero antes de que pudiese corregirla, escuchó un grito infantil:

—¡Pedro! ¡Pedro!

Los dos miraron a una mujer que se acercaba empujando un cochecito infantil. Iba sonriendo de oreja a oreja, como el querubín de enormes ojos castaños que lo saludaba desde el carrito.

—¡Hola, Trace!

Él sonrió al ver a Candela Springhill del Norte y a su hija adoptiva, Isabella.

—Vaya, dos de mis personas favoritas.

Bella alargó los bracitos hacia él, con ese gesto generoso de los niños.

—¿Cómo está mi chica? —le preguntó, sacándola del cochecito para tomarla en brazos. Y ella contestó con una deliciosa risita infantil.

—Mi mamá dice que puedo tomar un zumo en el carrito si soy buena.

—Tu mamá es muy valiente. Pero debes tener cuidado para no derramarlo.

—No, ya soy mayor —protestó la niña.

—Ya lo sé —después de dejarla en el cochecito, Pedro besó a Candela en la mejilla, notando que Paula los miraba—. Paula, te presento a mi niña favorita: la señorita Isabella del Norte. Y su madre, Candela.

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