viernes, 24 de enero de 2020

Mi Bella Embustera: Capítulo 14

Le pareció ver un brillo de precaución en sus ojos pardos, pero desapareció rápidamente.

—Sí, muy joven. Tenía dieciocho años cuando nació. ¿Y tú? — le preguntó Paula—. ¿Tienes hijos?

De nuevo, intentaba desviar la conversación hacia él.

—No estoy casado. Pero sí tengo familia: dos hermanos y una hermana.

—¿Y vivís cerca unos de otros?

—Yo vivo en el pueblo, pero mi hermano mayor dirige el rancho familiar, el River Bow, que está a las afueras. Mi hermana pequeña lo ayuda con Abril, su hija. Y luego está mi hermano mellizo, David, el jefe de bomberos. Puede que lo hayas visto por el pueblo, es fácil reconocerlo porque es igual que yo.

—¿En serio? ¿Hay dos como tú?

—No, uno solo, David es su propia persona.

Ella sonrió mientras se ponía de puntillas para colgar una bola de Navidad en el árbol. Las suaves curvas femeninas rozaron su hombro por accidente y a Pedro se le encogió el estómago. No había sentido una atracción así en mucho tiempo y quería saborear el momento, a pesar de que el instinto le recordaba que sabía muy poco sobre aquella mujer y a pesar de intuir que no estaba siendo sincera del todo. Ella se apartó un poco para sacar un adorno de la caja y le pareció que se había puesto colorada, pero podría ser reflejo de las luces.

—¿Nunca has sentido la tentación de irte de Pine Gulch?

—Lo hice una vez. Estuve cuatro años en la Armada, viajando por Oriente Medio, Alemania y Japón. Después de eso, me apetecía volver a casa.

No quería pensar en lo que pasó cuando regresó a Pine Gulch, inquieto y buscando problemas. Y los había encontrado, más de los que imaginaba, en forma de una pequeña mentirosa llamada Lila Bodine.

—¿Te gusta vivir en un pueblo pequeño?

—Pine Gulch es un sitio muy agradable. No encontrarás uno más bonito en primavera y, además, aquí todos cuidamos unos de otros.

—No sé si eso es tan bueno. En los sitios pequeños, la gente suele meterse en la vida de los demás.

¿Qué habría en su pasado que la había vuelto tan cínica?, se preguntó Pedro. ¿Y qué era lo que deseaba esconder de los demás?

—Imagino que esa es una forma de verlo. A algunas personas les consuela saber que siempre hay alguien a quien acudir cuando las cosas se ponen feas.

—Yo estoy acostumbrado a contar solo conmigo mismo.

Antes de que Paula pudiese responder, Gabi asomó la cabeza por detrás del árbol, con un ángel de porcelana en la mano.

—Este es el último adorno de la caja. ¿Dónde lo pongo?

—No tenemos nada en la punta. ¿Por qué no lo pones allí?

—Sí, yo creo que es lo mejor —asintió él—. Un árbol tan bonito como este merece tener un ángel que lo guarde.

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