lunes, 13 de enero de 2020

Destino: Capítulo 60

Estaba seguro de que se trataba de ellos. Sintió náuseas un instante, pero las contuvo. Ya tendría tiempo después, en esos momentos tenía que ponerse a trabajar. David y él ni se miraron. Se levantaron y salieron corriendo del restaurante hacia los coches, que estaban en el estacionamiento. Pedro tomó su radio nada más subirse.

—María, soy el jefe Alfonso. Quiero que todos los hombres empiecen a peinar el río.

—Sí, señor —respondió ésta.

Con el corazón acelerado, atravesó las cuatro manzanas que lo separaban del hostal con las luces y la sirena encendidas. Pensó que no sería capaz de pasar por aquello. No con ella. Quería huir de un dolor que sabía que iba a ser desgarrador, pero se obligó a apartar aquello de su mente. Llegó al hostal antes que David y no se molestó en apagar el motor de la camioneta. Corrió al lado de un grupo de gente que miraba hacia el río. A Paula la estaban sujetando entre dos personas, su madre y un extraño. Estaba llorando, gritando e intentando tirarse al agua.

—Paula, ¿Qué ha ocurrido?

Ella lo miró con los ojos muy abiertos y su expresión se volvió de alivio al reconocerlo.

—Pedro, mis hijos —sollozó—. Tengo que ir a por ellos. ¿Por qué no me dejan ir a por ellos?

Alejandra, que seguía sujetándola, también estaba llorando, histérica. Pedro se dió cuenta de que no iba a poder obtener información de ninguna de las dos. Detrás de ambas, vió el agua corriendo con rapidez, y a Apolo yendo de un lado a otro y ladrando frenéticamente.

—Paula, cariño, necesito que te tranquilices un momento —le dijo con voz suave a pesar de estar nervioso él también—. Por favor, esto es importante. ¿Por qué piensas que están en el río? ¿Qué ha ocurrido?

Ella tomó aire en un visible esfuerzo por tranquilizarse y responder a su pregunta.

—Estaban justo aquí. Aquí. Jugando con Apolo. Saben que no tienen que acercarse al río. Se lo he dicho cientos de veces. Yo estaba con ellos, plantando flores, sin quitarles el ojo de encima. He dado la vuelta al hostal y he dejado de verlos treinta segundos. Nada más. Cuando he vuelto, Apolo estaba corriendo junto a la orilla y los niños habían desaparecido.

—¿Cuánto tiempo hace de eso?

El hombre al que Pedro no conocía, y que la estaba sujetando, le respondió:

—Tres minutos. Tal vez cuatro. No más. Yo acababa de estacionar cuando la he visto que se acercaba al río corriendo y gritando. La he sujetado para que no saltase al agua y he llamado a emergencias. No sé si he hecho bien.

—Sí, ha hecho bien. Paula, quédate aquí. Prométemelo —le ordenó—. No encontrarás a los niños saltando al agua, solo conseguirás complicarlo todo. Quédate aquí y yo te los traeré. Prométemelo.

Ella lo miró angustiada, aterrada. Y Pedro deseó reconfortarla, pero no tenía tiempo.

—Prométemelo —insistió.

Ella se apoyó temblando en el extraño y en Alejandra y asintió. Luego se dejó caer de rodillas en el suelo.

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