viernes, 24 de enero de 2020

Mi Bella Embustera: Capítulo 13

Mujeres con secretos. Pedro había conocido a muchas en su vida, pensó, mientras colocaba las luces entre las ramas del árbol y Paula y Gabi hablaban en voz baja. Había algo raro, estaba seguro. No podría decir qué era, pero las había visto haciéndose señas, como advirtiéndose la una a la otra. ¿Qué secretos podrían tener? ¿Un ex celoso? ¿Una disputa legal por la custodia de Gabi? Esa era la conclusión más lógica, pero no le gustaba pensar que Paula podría estar haciendo algo ilegal y mucho menos que estuviese en peligro. Pero no sabía por qué seguía allí. Cuando Abril le suplicó que llevase el árbol, su plan había sido dejarlo allí y volver a casa para ver un partido de baloncesto tumbado en el sofá, con su perro… o más bien el perro de Alfredo, a sus pies. Pero al ver su cara de sorpresa cuando apareció en el porche, había decidido que pasar un rato allí sería más fascinante que cualquier batalla en la cancha. Y no lo lamentaba. Gabi era una niña estupenda, inteligente y divertida que hacía observaciones muy agudas. Ella, al menos, se había mostrado encantada con el árbol, casi como si nunca antes hubiera visto uno. Incluso había buscado una emisora de villancicos en la radio. Aunque él no era un gran fan de las navidades, no podía negar que era muy agradable adornar un árbol escuchando viejas canciones de Nat King Cole mientras fuera caían gruesos copos de nieve. Le recordaba épocas felices de su vida, cuando era un niño, antes de las navidades que lo cambiaron todo.

—Bueno, ya está. ¿Encendemos el interruptor?

—¿Puedo hacerlo yo? —preguntó Gabi, con los ojos brillantes.

—Sí, claro.

La niña pulsó el interruptor y las luces rojas, verdes y amarillas se reflejaron en sus ojos.

—¡Es precioso!

—Sí, es verdad —asintió Paula—. Gracias por tu ayuda, Pedro.

Sus palabras parecían una despedida, pero él decidió pasarlas por alto. No le apetecía marcharse tan pronto.

—Ahora podemos colocar los adornos.

Paula se mordió los labios, claramente molesta, pero Pedro sonrió mientras sacaba un par de bolas rojas de la caja.

—¿Dónde vivías antes de mudarte a Pine Gulch? —le preguntó mientras las colgaba del árbol.

Aunque lo había preguntado con aparente despreocupación, no parecía haberla engañado porque Paula intercambió una mirada con su hija y esperó un momento antes de responder:

—Arizona —dijo por fin, con gesto tenso.

—¿Allí también eras camarera?

—No, antes hacía otras cosas —respondió ella, evasiva—. ¿Y tú? ¿Desde cuándo eres el sheriff de Pine Gulch?

Estaba claro que quería desviar la atención de sí misma. También él hacía eso cuando estaba interrogando a un sospechoso. Claro que aquello no era un interrogatorio, solo una conversación.

—Llevo diez años en el cuerpo. Tres como sheriff de Pine Gulch.

—Pareces muy joven.

—Tengo treinta y dos años, no soy tan joven. Y tú debías ser una cría cuando tuviste a Gabi, ¿No?

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