viernes, 17 de enero de 2020

Destino: Capítulo 69

Paula lo abrazó con fuerza y se quedaron así mucho rato. Y se acordó de la primera vez que Pedro la había besado, en aquella roca desde la que se veía el rancho River Bow. Aquel día, algo había cambiado para siempre. Pedro tomó su rostro con ambas manos y la besó con semejante ternura que a ella le entraron ganas de echarse a llorar otra vez. Fue un momento perfecto, allí con él, mientras caía la noche. Un momento que no quería que terminase jamás. Quería saborearlo todo, el suave algodón de su camisa, los fuertes músculos que había debajo, su boca. Apoyó las manos en su espalda y lo apretó contra ella. Pedro metió la mano por debajo de su camiseta y le acarició la cintura, haciendo que se estremeciese de deseo.

—Me pediste que no te volviese a besar. Lo siento, Paula. Te prometo que lo he intentado.

—Pero yo sí que te puedo besar a tí, ¿No? —le dijo ella muy seria.

Pedro la miró confundido y ella le agarró las manos, se puso de puntillas y le dió otro beso.

—No puedo seguir así, Paula —le dijo él—. Tienes que decidirte. Te quiero. Nunca he dejado de quererte y creo que una parte de mí siempre ha estado esperando que volvieses a casa.

Apartó las manos de las de ella.

—Sé el daño que te hice hace diez años. No puedo cambiar eso, si pudiese, lo haría, pero no puedo.

—Yo no cambiaría nada —le respondió ella—. Si no, no tendría a Agustín y a Sofía.

Pedro suspiró.

—Me dí cuenta de que había sido un idiota en cuanto te marchaste. Fui un egoísta y un testarudo al no querer admitir que estaba mal. Y, después, lo rematé no yendo a buscarte.

—Te esperé. Estuve dos años sin salir con nadie a pesar de saber lo que tú hacías en el Bandito. Si me hubieses llamado o escrito, habría vuelto a casa sin dudarlo.

—Ahora soy otro hombre. Quiero pensar que me he convertido en un hombre mejor, pero también tengo más cicatrices que entonces.

—Todos las tenemos —murmuró ella.

—Tengo que decirte que lo quiero todo, Paula. Quiero un hogar, una familia. Y quiero tenerlo contigo.

Paula se sintió feliz. Él le tomó la mano y continuó:

—Y espero que sepas que también quiero a tus hijos. Agus es un niño increíble. Se me ocurren cientos de cosas que quiero enseñarle. A montar en bici, a jugar al béisbol, a ensillar su propio caballo. Creo que podría ser un buen padre para él.

Pedro se llevó la mano de Paula al corazón.

—Y Sofía. Sofi es un regalo del cielo, Paula. No sé qué es exactamente lo que va a necesitar en la vida, pero te prometo que intentaré dárselo. Te prometo que la cuidaré y la protegeré, y la ayudaré a volar todo lo alto que pueda. Quiero darle un hogar. Un hogar en el que sepa que se la quiere.

Si no hubiese estado locamente enamorada de él, aquellas palabras la habrían terminado de convencer. Lo miró y volvió a ponerse a llorar.

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