miércoles, 8 de enero de 2020

Destino: Capítulo 47

Paula iba a matarlo. Cinco días después de haber ido a montar a caballo con ella y con los niños, Pedro dejó las enormes bolsas de la compra que su hermana le había dado en el suelo, se metió el fardo debajo del brazo izquierdo y utilizó el derecho para sacar la tarjeta que abría la puerta lateral del hostal, que era la más cercana a su habitación.

—Ya casi hemos llegado, chico —dijo, al oír un gemido procedente del fardo.

Metió la tarjeta y esperó a que se encendiese la luz verde, pero esta siguió en rojo. ¿La había metido demasiado rápidamente? ¿Demasiado despacio? Odiaba esas cosas. Volvió a intentarlo, pero la maldita luz siguió en rojo. Al parecer, se le había desimantado la tarjeta y no funcionaba. Se maldijo. Era la peor noche para tener problemas con la puerta.

—Lo siento, chico. Espera y ahora te saco. Te lo prometo.

El animal asomó las orejas y lo miró con curiosidad. Él intentó abrir la puerta un par de veces más. Luego se miró el reloj. Las once y treinta y cinco. La recepción cerraba a las doce. Apartó la comida y la cesta del perro por si alguien intentaba entrar y tenía más suerte que él con la tarjeta y le dio la vuelta al hostal. La noche era fresca y se metió al pequeño animal debajo de la chaqueta. El aire olía a las flores que Paula había plantado. Vió el cartel que decía que se admitían animales. Y pensó que ojalá fuese cierto. El edificio estaba en silencio, tal y como había esperado. A juzgar por los pocos coches que había en el aparcamiento, solo debían de estar ocupadas la mitad de las habitaciones del hostal. Al menos, su habitación estaba cerca de la puerta lateral, lo que le facilitaría cualquier salida de emergencia con el perro herido que su hermana le había pedido que cuidase. ¿Estaría Laura en recepción? No sabía si quería verla o si prefería evitarla un poco más. Aunque no había estado evitándola a propósito. Había estado trabajando mucho y por eso no había estado casi en el hostal.

No la había visto desde la tarde del beso, cuando había descubierto que quería volver a tenerla en su vida. La entrada del hostal había cambiado mucho desde la llegada de Laura. A través del ventanal, Pedro vió que los viejos sillones habían sido reemplazados por media docena de mesas y sillas, probablemente para ofrecer el servicio de desayuno del que había oído hablar. Las flores frescas le daban un toque primaveral y límpido a la decoración. Seguro que eso también era idea de Paula. Abrió la puerta, vió una cabeza rubia delante del ordenador y sintió calor. La había echado de menos. Era una tontería, solo habían estado cuatro días sin verse, pero la había echado de menos. El perro gimoteó y él lo tapó más con su chaqueta, decidiendo que lo mejor era ser discreto y no enfadarla antes de tiempo. En realidad, no estaba haciendo nada malo, porque se admitían animales en el hostal, pero algo le decía que las normas del hostal no eran para él.

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