miércoles, 1 de enero de 2020

Destino: Capítulo 35

A Paula le enterneció la idea de imaginárselo recogiendo manzanas para dárselas a un viejo caballo, lo mismo que ver cómo se le ponían las orejas rojas debajo del sombrero de cowboy.  Él le dió una manzana a su hijo y le enseñó cómo debía ofrecérsela al caballo. Agustín extendió la mano y el viejo Espartaco se la comió.

—Hace cosquillas, como el perro —exclamó Agustín.

—Pero no hace daño, ¿Verdad? —le preguntó Pedro.

El niño negó con la cabeza, sonriendo.

—No. Solo hace cosquillas. Hola, Espartaco.

—¿Preparado para montarlo? —le preguntó Pedro.

Agustín asintió y Luciana se acercó con un par de cascos.

—Vamos a cambiar el sombrero por un casco, ¿De acuerdo?

—Me gusta mi sombrero de cowboy. Es nuevo.

—Y volverás a ponértelo en cuanto volvamos, pero cuando se está aprendiendo a montar a caballo es mejor ponerse un casco.

—Es como cuando montas en bicicleta —le dijo Paula.

—Si no te pones el casco, no puedes montar a caballo —añadió Pedro.

Agustín cedió a regañadientes, se quitó el sombrero y se lo dió a su madre para que Luciana pudiese ponerle el casco. Después, Luciana tomó a Sofía de brazos de Pedro y le puso el otro. Después, Pedro subió a Agustín a la silla de montar. La expresión emocionada de su rostro hizo que Paula se sintiese feliz y preocupada al mismo tiempo. El niño estaba creciendo, asumiendo nuevos riesgos, y ella no estaba segura de estar preparada. Luciana le ajustó los estribos.

—Ya está, vaquero. Así mejor.

—¿Y ahora qué hago? —preguntó Agustín mirando hacia las montañas.

—Lo mejor de Espartaco es que es feliz siguiendo a los demás caballos. Por eso es un animal perfecto para alguien que está aprendiendo a montar. Yo sujetaré sus riendas para que no tengas que preocuparte de nada. La próxima vez que vengas te enseñaré a hacerlo, pero esta vez vamos solo a disfrutar.

¿La próxima vez? Paula frunció el ceño. No quería que Agustín pensase que habría una próxima vez, ni que Pedro formaría parte de ella. Los niños se acordaban siempre de ese tipo de cosas. Agustín querría volver y se sentiría muy decepcionado si no lo hacía. Aquello no iba a salir como ella había planeado. Se suponía que iba a dar un paseo a caballo con Luciana, no que Pedro iba a asumir el mando de la expedición mientras su hermana respondía al teléfono y se alejaba del grupo. Sofía empezó a impacientarse y tiró a Pedro de los pantalones vaqueros.

—¿Mi caballo? —le preguntó, mirando a los animales.

Paula miró a su hija y se le pasó el mal humor. Pedro le sonrió de manera tan cariñosa que hizo que se le encogiese el corazón.

—Estaba pensando que podías montar conmigo a mi viejo amigo Pegaso. ¿Qué te parece, princesa? El próximo día te buscaremos un poni.

La niña se quedó pensativa y miró primero al caballo que Pedro estaba señalando y luego, a él. Por fin, le dedicó la mejor de sus sonrisas.

—De acuerdo.

Y Paula pensó que, en lo que a encanto se refería, Pedro Alfonso había dado con la horma de su zapato.

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