miércoles, 1 de enero de 2020

Destino: Capítulo 33

A pesar de ser gemelos, Pedro y David tenían personalidades muy distintas, y aunque se llevaban mejor que muchos hermanos, también tenían otros amigos, probablemente, por influencia de su madre. A Paula le parecía interesante que ambos trabajasen en el sector de la seguridad pública, aunque David había sido militar antes que policía y Pedro se había decantado por la seguridad anti incendios y las emergencias médicas.

—¿Por qué no dejamos un rato más a los niños con los cachorros? —preguntó Luciana—. Ya he ensillado a un par de caballos que me han parecido bien.

—¿Ensillo a Pegaso?

—No. Ya está preparado.

Pedro sonrió.

—¿Quieres decir que lo único que tenía que hacer era venir?

—Es la historia de tu vida, ¿Verdad? —le dijo Luciana en tono cariñoso—. Si quieres, te dejaré desensillar a los caballos a la vuelta. ¿Te hará eso sentir mejor?

—Mucho mejor, gracias.

El cachorro que Sofía tenía en el regazo saltó y fue a sentarse en la paja.

—Miren —exclamó la pequeña divertida—. ¡El perrito hace pis!

Pedro se echó a reír.

—Yo creo que los perritos quieren comer algo y dormir. ¿Por qué no vamos a ver si están preparados los caballos?

—¡Sí! —respondió la niña, sonriendo de oreja a oreja y echando a correr hacia Pedro para darle la mano.

Él se quedó sorprendido, pero no tardó en sonreír y agarrarla. Agustín se incorporó a regañadientes y dejó en la paja el cachorro con el que había estado jugando.

—Adiós —susurró, mirándolo con anhelo.

—He oído que el chico quiere un perro. Al final, vas a tener que ceder —le dijo Pedro a Paula en voz baja.

Ella suspiró.

—¿No me ves lo suficientemente fuerte como para resistirme a un niño de seis años? —le preguntó.

No obstante, sabía que al final tendría que dar su brazo a torcer. No le regalaría un collie porque eran perros demasiado activos y que necesitaban trabajar, pero ya encontraría otro. Salieron de los establos para ir hacia el pasto en el que estaban los caballos y Paula observó que a Agustín se le iluminaba la mirada al ver a cuatro caballos ensillados y esperándolos. Estupendo. Seguro que a partir de entonces empezaba a pedir un caballo también. Ella misma estaba también emocionada. Le encantaban los caballos y, eso, gracias a Pedro. Al contrario que muchos de sus compañeros del colegio, que vivían en enormes ranchos, ella era una chica de ciudad, que iba al colegio andando o en bicicleta. A pesar de que desde niña le habían encantado los caballos, sus padres siempre le habían dicho que no tenían sitio para tener uno propio en la casa que había junto al hostal.

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