lunes, 20 de enero de 2020

Mi Bella Embustera: Capítulo 3

Tan cerca, notó el olor de su colonia, algo fresco y floral que lo hizo pensar en una pradera soleada una mañana de junio. Tenía una boca suave, de labios generosos, y pensó que le gustaría apartar ese mechón de pelo de su frente y besarla… Debería pasar menos tiempo trabajando y más disfrutando del sexo opuesto si su mente creaba esas fantasías sobre una mujer por la que no sentía inclinación alguna, guapa o no.

—Soy Pedro Alfonso. Y tú debes ser nueva en el pueblo.

Ella no respondió inmediatamente y Pedro casi podía ver las ruedas girando en su cerebro. ¿Por qué dudaba? ¿Y por qué esa nube de preocupación en sus ojos? Evidentemente, su presencia la incomodaba y no podía dejar de preguntarse por qué.

—Llevamos aquí un par de semanas —respondió por fin.

—Tengo entendido que eres nieta de Alfredo Chaves.

—Aparentemente —su voz era tan fría como el tiempo.

—El viejo Alfredo era un tipo interesante. Muy reservado, pero me caía bien. Era de los que siempre decían las cosas bien claras.

—No tengo ni idea —ella evitaba su mirada y Pedro inclinó a un lado la cabeza, preguntándose si habría imaginado cierta tristeza en su tono.

¿Qué pasaba allí? Había oído decir que Alfredo no se hablaba con su hijo. Y, si ese era el caso, no sería justo culpar a su nieta por no mantener relación con él. Tal vez no debería juzgarla tan rápidamente hasta que conociera los detalles de la situación. Y debería mostrarse tan amistoso con ella, como con cualquier otra persona del pueblo.

—Yo vivo a unas manzanas de aquí, en la casa blanca con el techo de pizarra… por si tu hija o tú necesitan algo.

Ella miro a la niña, que seguía concentrada en su libro.

—Gracias, sheriff, lo tendré en cuenta. Y gracias por su ayuda.

—De nada —Pedro sonrió y, aunque ella no le devolvió la sonrisa, quería pensar que no se mostraba tan reservada como antes.

Definitivamente, ocurría algo. Tal vez debería investigar por qué alguien con buena ropa y buenas joyas, que evidentemente no tenía experiencia como camarera, estaba sirviendo cafés en el Gulch. ¿Estaría huyendo de alguien, un marido abusivo tal vez? No le gustaría que una niña tuviera que pasar por algo tan terrible. Ni su madre. Paula Chaves, Pau, no Pauli, era una mujer intrigante. Y había pasado mucho tiempo desde que hubo una mujer intriganteen Pine Gulch. Pedro tomó un sorbo de zumo de naranja mientras la veía llevar un plato de huevos revueltos a Graciela Marlow. Pero poco después volvía a la barra para decirle a Luis que la cliente había pedido salchichas y se le había olvidado anotarlo en el pedido.

—¿Ha trabajado antes de camarera? —le preguntó a Diana.

—No, no lo creo —respondió la mujer—. Pero está aprendiendo. Y trátala bien, tengo la impresión de que está pasando por un mal momento.

—¿Por qué dices eso?

Diana miró a Paula y luego se volvió hacia él.

—Llegó hace tres días —le dijo en voz baja— prácticamente suplicando que le diésemos un trabajo. Y es lista porque habló con Luis en lugar de hacerlo conmigo. Debió ver enseguida que él era el blando.

Pedro decidió que sería mejor no decir nada. Diana no necesitaba que le recordase las comidas gratis que daba acualquiera que estuviera pasando un mal momento o las que donaba a la residencia de mayores y al comedor benéfico de Pine Gulch.

—Sé amable con ella, ¿De acuerdo? Eras muy amable con Alfredo, el único del pueblo que le prestaba atención.

—El pobre murió solo con ese perro tan feo por toda compañía. ¿Dónde estaba su nieta entonces?

Diana suspiró.

—Sé que Alfredo y su hijo tuvieron una pelea hace muchos años, pero no puedes culpar a su nieta por ello. Si Alfredo estuviese enfadado con ella no le habría dejado su casa, ¿No te parece? Además, nosotros no somos quién para juzgar a nadie.

Diana tenía razón, como de costumbre. Debería portarse como un buen vecino y dejar de pensar en sus labios. De hecho, debería irse a casa a dormir si estaba fantaseando sobre una mujer que podría estar casada.

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