miércoles, 1 de enero de 2020

Destino: Capítulo 34

Había montado a caballo en el rancho de alguna amiga, pero en realidad no había aprendido hasta que no se había hecho amiga de Pedro. Incluso antes de empezar a salir con él habían dado muchos paseos a caballo juntos, también con Luciana, por las montañas. Aquello iba a ser parecido a los viejos tiempos, lo que no tenía por qué ser bueno. Se dió cuenta de que desde que había vuelto a Pine Gulch no había montado a caballo ni una sola vez. Otro motivo más para estar nerviosa.

—Vaya, qué grandes son —comentó Agustín en voz baja.

Sofía también parecía nerviosa. Se agarraba con fuerza a la mano de Pedro.

—Que sean grandes no es malo —le aseguró Pedro al niño—. Son unos caballos muy buenos. Te prometo que no te harán daño. El viejo Espartaco, que es el que vas a montar tú, es tan perezoso que tendrás suerte si consigues que dé la vuelta a los establos antes de que le entren ganas de echarse una siesta.

Agustín se echó a reír, pero con nerviosismo, y Pedro se acercó más a él.

—¿Quieres conocerlo?

—Supongo que sí —respondió el niño con cautela—. ¿Seguro que no muerden?

—Algunos caballos muerden, pero no los de River Bow. Te lo prometo.

Tomó a Sofía en brazos y a Agustín de la mano y los acercó al caballo más pequeño, que era de color gris y parecía muy tranquilo.

—Este es Espartaco —les explicó—. Es el caballo más bueno que hemos tenido en River Bow. Te tratará muy bien, Agus.

Paula vió cómo el animal inclinaba la cabeza para tocar con ella el hombro de su hijo. Agustín se quedó inmóvil, con los ojos muy abiertos, con miedo, pero Pedro le puso una mano en el otro hombro para tranquilizarlo.

—No te preocupes. Solo quiere que le des un premio.

—No tengo nada —respondió el niño con voz temblorosa.

A Paula siempre le sorprendían aquellas reacciones de su hijo, que normalmente era tan atrevido y travieso, aunque sabía que eran completamente normales. Pedro se metió la mano en el bolsillo y sacó un puñado de pequeñas manzanas rojas.

—Has tenido suerte. Siempre tengo manzanas para el viejo Espartaco. Estas son sus favoritas, probablemente porque se las doy solo de vez en cuando. Es como tú con la pizza. Un poco es genial, pero si comes mucha te duele la tripa. Al viejo Espartaco le pasa lo mismo con las manzanas.

—¿De dónde sacas esas manzanas silvestres a principios de abril? —preguntó Paula, sin poder resistirse.

—Es mi secreto.

Luciana se echó a reír.

—No es ningún secreto —respondió—. Todos los años, el loco de mi hermano recoge dos o tres sacos del árbol que hay al lado de la casa y los guarda en la bodega. Nadie se las come porque están demasiado amargas, incluso para hacer tartas, salvo que las bañes de azúcar, pero al viejo Espartaco le encantan.

No hay comentarios:

Publicar un comentario