viernes, 24 de enero de 2020

Mi Bella Embustera: Capítulo 12

—Genial, entonces vamos a empezar —Pedro salió de la casa y volvió poco después con una caja en la que alguien había escrito Luces Navideñas en rotulador negro.

No estaba casado, eso seguro. Entonces, ¿De quién era esa letra? No parecía la de un hombre. Tal vez su ex o alguna novia. Aunque no era asunto suyo, se recordó a sí misma. Él empezó a desenrollar las luces mientras Paula miraba sus largos y bien formados dedos… pero giró la cabeza al darse cuenta de que estaba mirándolo como una tonta.

—Gabi, ven a ayudarme a buscar los adornos.

La niña hizo un gesto de impaciencia, como si quisiera quedarse con Pedro, pero siguió a Paula por la estrecha escalera hasta el abarrotado ático. El sitio olía a polvo y estaba lleno de cajas y baúles que Paula no había tenido tiempo de investigar en las semanas que llevaba en Pine Gulch. Cuando tiró de la cadenita que encendía la bombilla le pareció oír algo moviéndose a sus pies. Necesitaban un gato, pensó. Uno al que le gustasen los ratones.

—Creo que ví una caja con adornos navideños al lado de la ventana. Ayúdame a buscar.

Empezaron a buscar entre las cajas, llenas de los recuerdos de un hombre solitario del que Paula no había sabido nada en toda su vida. Le entristecía pensar en el abuelo al que no había conocido. Alejandra le había contado muy poco sobre su familia, solo que su padre había muerto cuando ella era un bebé. No le había dicho que tuviese otros parientes y, como de costumbre, había mentido. Una cosa más que su madre le había robado.

—Es agradable, ¿Verdad?

Paula se volvió hacia Gabi, que estaba mirando hacia la puerta. Y no tenía que preguntarle a quién se refería.

—Es el sheriff de Pine Gulch y tú sabes lo que eso significa.

—Pero nosotras no hemos hecho nada malo.

—Salvo contarle a todo el mundo que soy tu madre.

No debería haberlo hecho, pero cuando intentó matricular a Gabi en el colegio se dio cuenta de que no tenía ninguna documentación que la acreditase como su tutora legal, ni siquiera tenía la partida de nacimiento de la niña. Temiendo que los Servicios Sociales se hicieran cargo de Gabi al saber que su madre la había abandonado, Paula convenció a la directora del colegio de que había perdido la partida de nacimiento durante la mudanza. La mujer se había mostrado muy comprensiva, pidiéndole que la llevara a la oficina cuando la encontrase, y a partir de ese momento había tenido que seguir con la mentira. No quería pensar en la reacción de Pedro Alfonso si supiera que estaban perpetrando un fraude en el colegio y en la comunidad. Ella no era una madre soltera intentando ganarse la vida; estaba en una situación inesperada que parecía complicarse por minutos.

—Sigo pensando que es agradable —insistió Gabi—. Nos ha traído un árbol de navidad.

—Tienes razón, ha sido un detalle por su parte —dijo Paula—. Abril Alfonso debe tenerte mucho aprecio.

—Es maja —asintió Gabi, apartando la mirada—. ¿Dónde crees que está la caja de los adornos?

Ah, una reacción interesante. Paula frunció el ceño, pero no dijo nada; especialmente cuando su hermana encontró la caja un momento después, al lado de otra llena de ropa de los años cincuenta. ¿De su abuela quizá? Según el abogado que le había notificado la herencia, su abuela había muerto años antes de que ella naciera, pero no sabía nada más. En realidad, era surrealista vivir en casa de un abuelo del que no sabía nada. Según Diana, su padre y su abuelo se peleaban a menudo. No conocía toda la historia y no estaba segura de que fuese a conocerla nunca pero, según la dueña del restaurante, su padre había jurado no volver a hablar con su abuelo después de una violenta discusión. Y probablemente Alejandra tenía algo que ver porque era una experta en destruir relaciones. Miguel Chaves, su padre, había muerto en un accidente de motocicleta cuando Paula era un bebé. Sus padres nunca estuvieron casados y su único recuerdo de él era un bigote, unas patillas largas y una voz cálida y profunda. Pero cuando el abogado le dijo que había heredado una casa en un pueblo de Idaho le había parecido un regalo del cielo. Después de que Alejandra se llevase sus ahorros, había creído que Gabi y ella acabarían en la calle y, de repente, descubría que tenía una casa en un pueblo en el que no había estado nunca. Era un sitio oscuro y muy descuidado, pero ella sabía cómo decorar un hogar. Mientras el sheriff las dejase en paz, claro.

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