lunes, 6 de enero de 2020

Destino: Capítulo 45

A Paula le salió la voz ronca. Se aclaró la garganta. Sentía las mejillas ardiendo y no se atrevía a mirar a Pedro a los ojos.

—Sí. Sanos y salvos, pero no precisamente secos. Estábamos llegando cuando ha empezado a llover. Pedro me ha prestado ropa tuya. Espero que no te importe.

—¡Por supuesto que no! Quédatela, por favor. ¿Y los niños? ¿Están bien?

—Mejor que bien —respondió ella sonriendo—. Ha sido lo más interesante que les ha pasado desde que hemos llegado a Pine Gulch. Han estado todo el día tan emocionados que se han quedado dormidos viendo los dibujos animados mientras esperábamos a que se secase nuestra ropa. Una tontería, la verdad, porque podíamos haber vuelto a casa en quince minutos, pero Pedro no lo ha permitido porque estábamos mojados.

—Un hombre sensato —dijo Federico, hablando por primera vez—. Me alegro de verte, Paula.

Federico se acercó y le dió un abrazo al que ella respondió con una cálida sonrisa. Una de las que todavía no le había dedicado a Pedro.

—Bienvenida a Pine Gulch. ¿Qué tal la vuelta?

—Bien. Estar en casa es… una aventura.

—¿Qué tal el perro? —preguntó Pedro.

—Ha tenido suerte. Al parecer, solo tiene una pata rota —le contestó Luciana—. El doctor Harris ha vuelto de una reunión en Pocatello, así que se lo hemos llevado. Se lo va a quedar toda la noche en observación.

—Un buen hombre, el doctor Harris.

—Sí. No sé qué vamos a hacer cuando se jubile.

—Tendán que buscar otro veterinario —dijo Pedro.

Luciana hizo una mueca y luego miró a Paula.

—Se quedarán a cenar, ¿Verdad? Prepararé una sopa y tomaremos galletas. Todo estará listo en media hora.

Pedro quería que se quedasen, pero supo cuál sería la respuesta de Paula antes de que esta hablase.

—Gracias por la invitación, pero me temo que esta noche tengo que estar en recepción. Lo siento. De hecho, deberíamos marcharnos ya. Estoy segura de que la ropa está seca. Tal vez otro día.

—Sí, por supuesto. Voy a buscar la ropa.

—Ya lo hago yo —protestó Paula, pero Luciana fue más rápida que ella.

Paula charló con Federico acerca del hostal y de sus planes para ir renovándolo mientras Luciana volvía con la ropa.

—Aquí tienes. Está todo seco.

—Gracias. Voy a despertar a los niños y no los molestaremos más.

—No nos molestan. De verdad. Me alegro tanto de que hayan venido. Solo siento no haber podido dar el paseo a caballo con ustedes. No suelo ser tan maleducada.

—No has sido maleducada —le aseguró Paula—. Tenías que ayudar a ese perro herido. Es mucho más importante que un paseo a caballo que podemos volver a dar en cualquier ocasión.

Luciana abrió la puerta y Paula le dedicó una mirada cargada de emoción antes de seguirla. Cuando Pedro se quedó a solas con Federico, este lo miró fijamente y le dijo:

—Ten cuidado, hermano.

Pedro tenía treinta y cuatro años y no estaba de humor para sermones de un hermano mayor que se creía el rey del mundo.

—¿Por qué?

—Tengo ojos. Sé cuándo acaban de besar a una mujer.

Pedro no quería hablar de Paula con Federico. Respetaba a su hermano por haberse hecho cargo de Luciana y del rancho tras la muerte de sus padres, pero no era su padre y no tenía por qué darle explicaciones.

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