viernes, 17 de enero de 2020

Destino: Capítulo 67

Paula miró a sus hijos y luego a su madre. Sabía lo que estaba intentando hacer, volver a juntarlos. Y ella prefería no volver a verlo, pero también necesitaba darle las gracias por haberle devuelto a sus hijos.

—Iré yo, mamá.

—¿Estás segura?

—Necesito hacerlo. Tienes razón. ¿Te quedas tú con los niños?

—No me moveré de aquí —le prometió Alejandra.

Hacía una tarde muy agradable, más cálida de lo normal para estar a mediados de mayo. Paula atravesó la ciudad con la ventanilla del coche bajada, disfrutando de las vistas y los sonidos de Pine Gulch. Como era viernes había muchos coches en el centro, adolescentes en grupos, deseando celebrar el fin de curso, personas mayores tomándose un helado con sus nietos. Las flores estaban empezando a abrirse y todo estaba verde, bonito. Mayo era un buen mes en el este de Idaho, en el que después de la crudeza del invierno todo recobraba la vida, la esperanza. Y ella también se sentía así. Si sus hijos hubiesen muerto, ella habría muerto con ellos. Pero Agustín y Sofía estaban bien.

Condujo hacia las montañas, hacia el cañón de Cold Creek. Su madre le había dicho dónde estaba la casa nueva de Pedro. Era una zona con muchos árboles y le costó encontrar su buzón. Miró entre los árboles, pero solo vio un tejado de metal verde oscuro, el mismo color que los árboles. Cruzó el río por un puente y bajó la vista al agua, donde sus hijos habían estado unas horas antes, a punto de morir. Pensó que no podía permitir que aquello les afectase, que tenía que llevarlos a pescar para que se les quitase el miedo al agua. Se quedó en el puente unos segundos más y luego volvió a poner el coche en marcha y siguió por el camino bordeado de pinos. Tenía que admitir que sentía curiosidad por ver la casa de Pedro. Los árboles se abrieron por fin y Paula vió un pequeño claro que hizo que se le cortase la respiración. Era una casa preciosa: de dos pisos, hecha con piedra y madera, con muchas ventanas y un porche que rodeaba toda la casa y desde el que se podía disfrutar de las vistas de las montañas y del río.

Con el corazón acelerado, detuvo el todoterreno y bajó de él. Vió una luz dentro de la casa, pero también oyó un ruido procedente de la parte trasera. Tenía que ser Pedro. Tomó la tarta que había preparado su madre, preguntándose cómo no se le había ocurrido a ella algo así, y fue en dirección al ruido. Se lo encontró en otro claro que había detrás de la casa, trabajando en una construcción que debía de ser para los caballos de los que le había hablado. Se había quitado la camisa para trabajar y llevaba puesto el cinturón de herramientas. Otra imagen más para su calendario personal de Pedro Alfonso. Respiró y se recordó a sí misma que no estaba allí por él. Avanzó, pero Pedro no levantó la cabeza. Llevaba puestos unos cascos, así que no la había oído. Paula no supo qué lo había alertado de su presencia, pero, de repente, dejó de utilizar la pistola de clavos que tenía en la mano y se giró. En ese instante, vió una infinidad de emociones en su rostro: sorpresa, alegría, resignación y algo parecido al anhelo.

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