viernes, 3 de enero de 2020

Destino: Capítulo 39

—¿Montas mucho a caballo? —le preguntó Paula.

A Pedro le brillaron los ojos y ella supo que se había dado cuenta de que le había hecho aquella pregunta para cambiar el tema de la conversación.

—No tanto como me gustaría. A mi sobrina, Abril, le encanta montar, y Gabi está empezando a engancharse también. Así que salimos de vez en cuando, pero hacía un par de meses que no montaba.

Era evidente que adoraba a su sobrina y a Paula le pareció normal. Los Alfonso siempre habían estado muy unidos, desde antes del brutal asesinato de sus padres. Estaba segura de que también acogerían sin ningún problema a Brenda y a su hija.

—¿Tienes una vida social demasiado intensa?

Él se echó a reír.

—Sí. Si se puede llamar vida social a construir una casa. No he hecho otra cosa desde hace seis meses.

—¿La estás construyendo tú?

—En gran parte, aunque también he tenido ayuda, sobre todo con la fontanería y la climatización. Tampoco tengo paciencia para hacer bien la tabiquería, así que también he contratado a alguien para eso. Sí he hecho la parte de carpintería y casi toda la instalación eléctrica. Y puedo recomendarte a varias personas si decides que quieres renovar más cosas del hostal.

—¿Por qué una casa?

Pedro se quedó pensativo, observando cómo los niños jugaban con el perro.

—Supongo que estaba cansado de gastarme el dinero en el alquiler y de vivir en un lugar con tan poco espacio. Hacía tiempo que tenía el terreno. No sé. Me pareció el momento adecuado.

—Te estás haciendo una casa. ¿Significa eso que planeas quedarte en Pine Gulch para siempre?

Él se encogió de hombros y Paula no pudo evitar que en esa ocasión, la tocase.

—¿Adónde iba a ir? Tal vez tenía que haberme marchado a algún lugar exótico cuando tuve la oportunidad. ¿Cuánto cobran los bomberos en Madrid?

—No tengo ni idea, pero lo puedo preguntar.

Paula pensó que Pedro encajaría bien en Madrid, y que volvería locas a las madrileñas con sus ojos verdes y su sonrisa. Que en esos momentos estaba utilizando para aturdirla a ella.

—¿Tantas ganas tienes de deshacerte de mí?

Paula no pudo responder a aquello, así que volvió a cambiar de tema.

—¿Y dónde has dicho que está la casa?

—A un par de kilómetros de aquí, cerca de la boca del cañón Cold Creek. Tengo un terreno de dos hectáreas con muchos árboles. Espacio suficiente para poder llevar a mis caballos.

Hizo una pausa y la miró fijamente.

—Deberías venir a verlo algún día. Y Agustín podría ayudarme a clavar algún clavo.

Paula pensó que no podía pasar más tiempo con él, que cada vez estaba minando más sus defensas.

—Yo creo que nos sobran clavos con los que tenemos en el hostal.

—Sí, claro. Es verdad —respondió él.

Y Paula tuvo la impresión de que le había hecho daño. Deseó arreglarlo, decirle que le encantaría ir a ver su casa, pero se contuvo. Pedro tomó una florecilla silvestre del suelo y la hizo girar entre sus dedos con la mirada clavada en los niños, que seguían jugando con el perro. En esa ocasión, fue él el que cambió de tema.

—¿Qué tal se están adaptando los niños a Pine Gulch?

—Por ahora les encanta, sobre todo, porque tienen a la abuela cerca.

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