lunes, 20 de enero de 2020

Mi Bella Embustera: Capítulo 1

Aunque le gustaba mucho Pine Gulch, Pedro Alfonso debía reconocer que aquella mañana fría, lluviosa y gris, el pueblo no daba la mejor impresión. Incluso las luces navideñas, colocadas una semana después del día de Acción de Gracias, tenían un aspecto triste mientras estacionaba el coche patrulla frente al Gulch, el restaurante que servía como centro de reunión para todo el pueblo. Las gotas de lluvia que caían de las hojas de los árboles y los toldos de las tiendas se convertirían en nieve por la tarde, tal vez incluso antes. A finales de noviembre, en Pine Gulch, Idaho, al oeste de la cordillera Teton, la nieve era más la norma que la excepción.

Bostezando, Pedro movió el cuello a un lado y a otro. Después de tres días haciendo doble turno, lo único que quería era ir a su casa, echar un enorme tronco en la chimenea y meterse en la cama para dormir durante horas. Pero antes debía comer algo. Había comido un sándwich a la seis de la tarde, trece horas antes, y lo único que quería era uno de los rollitos de canela de Luis Archuleta. Cuando entró en el restaurante, fue recibido por un agradable calorcito y un más agradable aún olor a beicon y café. Desde los taburetes redondos a la barra de formica, el Gulch era el estereotipo de un restaurante de pueblo, un sitio lleno de tradición, y estaba seguro de que en veinte años seguiría siendo exactamente igual.

—Buenos días, sheriff —lo saludó Jesica Redbear, desde la mesa reservada a los clientes habituales.

—Hola, Jesica.

—Hola, sheriff.

—Hola.

La gente lo saludaba desde todas las mesas, desde Mario Malone o Adrián Martinez y Sandra Halliday. Podría haberse sentado con alguno de ellos, pero prefirió ocupar un taburete vacío frente ala barra. Pedro devolvía los saludos mientras miraba alrededor, una vieja costumbre de su época de policía militar. Reconocía a todo el mundo en el restaurante salvo a una pareja que debía alojarse en el hostal y a una niña de unos nueve o diez años que estaba leyendo un libro en una esquina. ¿Qué hacía una niña sola en el Gulch a las siete y media de la mañana un día de colegio? Luego se fijó en una mujer esbelta con un cuaderno de pedidos en la mano. ¿Y desde cuándo había una nueva camarera en el Gulch? Había estado muy ocupado haciendo dobles turnos desde que la mujer de uno de sus hombres dio a luz dos semanas antes, pero que él supiera, Diana Archuleta, la mujer del propietario, siempre se había encargado de los clientes sin el menor problema. Tal vez por fin había decidido relajarse un poco después de cumplir los setenta.

—Hola, sheriff —lo saludó Luis Archuleta—. Una noche muy larga ¿Eh?

¿Cómo sabía Luis que había estado trabajando toda la noche? ¿Llevaba un cartel o algo así? Tal vez lo había adivinado por susbotas llenas de barro o por su cara de agotamiento.

—No ha sido fácil, no. Ha habido un par de accidentes en la autopista y he estado ayudando a la policía estatal.

—Debería irse a la cama a descansar —intervino Diana, mientras le servía un café. Lo último que necesitaba era cafeína cuando lo que quería era dormir, pero decidió no decir nada.

—Ese era el plan, pero he pensado que sería mejor dormir con el estómago lleno.

—¿Quiere lo de siempre? ¿Tortilla de verduras y tortitas?

—No, nada de tortitas —dijo Pedro—. Pero sí me apetece uno de tus rollitos de canela. ¿Te queda alguno?

—Creo que puedo encontrar alguno para nuestro sheriff favorito —bromeó la mujer.

—Gracias.

Pedro giró la cabeza para mirar a la nueva camarera. Era guapa y esbelta, con el pelo oscuro sujeto en una coleta. Con más curiosidad de la que probablemente debería sentir, se fijó en su blusa blanca que parecía cara, en la elegante mano de uñas cuidadas que sujetaba la cafetera…¿Qué hacía una mujer con vaqueros de diseño sirviendo cafés en el Gulch?

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