lunes, 20 de enero de 2020

Mi Bella Embustera: Capítulo 4

El sheriff de Pine Gulch. Justo lo último que necesitaba, pensó Paula mientras iba de mesa en mesa, llenando tazas de café, sirviendo platos, haciendo todo lo posible para no hablar con el hombre guapísimo que se encargaba de mantener el orden en Pine Gulch. ¿Por qué no podía Pedro Alfonso ser el estereotipo del sheriff gordo con un palillo entre los dientes? En lugar de eso era un hombre joven, de unos treinta o treinta y cinco años, con el pelo castaño, penetrantes ojos verdes y sonrisa seductora. Era masculino, duro y peligroso, al menos para ella. No debería sentir ese cosquilleo cada vez que lo miraba. Era el sheriff de Pine Gulch. ¿Necesitaba otra razón para alejarse de él? Pero no podía dejar de mirarlo. Tenía los ojos enrojecidos y las botas manchadas de barro, de modo que debía volver del trabajo. Probablemente no estaba casado… o al menos no llevaba alianza. No, seguro que estaba soltero. Si estuviera casado, desayunaría en su casa y no en el restaurante. Por el comentario sobre su abuelo, parecía pensar que debería haberlo visitado más a menudo y le habría gustado decirle que eso era imposible, ya que nunca había oído hablar de Alfredo Chaves hasta que recibió la notificación de su sorprendente herencia.

Un cliente le hizo una pregunta sobre el especial del día, distrayéndola de sus pensamientos, y Paula hizo un esfuerzo por sonreír. Pedro Alfonso la miraba mientras dejaba unos billetes sobre la barra y salía del restaurante. En cuanto desapareció, Paula respiró profundamente. Aunque ella no había hecho nada malo, se recordó a sí misma. No había sido sincera del todo con la directora del colegio sobre la identidad de Gabi, pero no había tenido más remedio. Incluso sabiendo que no había razón para que estuviera nerviosa, la policía la asustaba. Una vieja costumbre. Los representantes de la ley eran los últimos en la lista de amigos de su madre y ella haría bien en seguir su ejemplo y alejarse de Pedro todo lo posible. Miró su reloj, una de las pocas joyas que no había empeñado, e hizo una mueca. De nuevo, había perdido la noción del tiempo. Sentía como si hubiera estado todo el día de pie cuando apenas llevaba una hora y media trabajando. Se acercó a Gabriela, que estaba concentrada en su libro: Matar a un ruiseñor. Le parecía demasiado maduro para la niña, aunque también ella lo había leído a su edad.

—Son casi las ocho, deberías irte al colegio.

Su hermanastra levantó la mirada y suspiró mientras cerraba el libro.

—Para que lo sepas, no me parece justo.

—Ya lo sé: odias este sitio y el colegio te parece horrible.

—Es una pérdida de tiempo. Puedo aprender más sola, como he hecho siempre.

Gabi era muy inteligente para su edad y tenía una buena formación. Paula no sabía cómo, ya que su educación había sidoun desastre.

—Pero te irá bien en el colegio, ya verás. Allí podrás hacer amigos y participar en actividades. Además, así no estarás sola todo el tiempo y yo no tendré que pagar a una niñera mientras estoy trabajando.

Habían discutido eso antes, pero sus argumentos no parecíanconvencer a Gabi.

—Yo puedo encontrarla.

Paula miró alrededor para ver si alguien estaba escuchando la conversación. Se refería a Alejandra, su madre.

—¿Y luego qué? Si te quisiera a su lado no te habría dejado conmigo.

—Pensaba volver. ¿Cómo va a encontrarnos ahora si nos hemos mudado al otro lado del país?

Mudarse de Arizona a Idaho no era irse al otro lado del país, aunque a una niña de nueve años debía parecérselo. Pero no había tenido alternativa.

—Mira, Gabi, no puedo hablar de eso ahora. Tú tienes que ir al colegio y yo tengo que volver con los clientes. Te dije que intentaría localizarla después de las navidades.

—Eso es lo que has dicho.

Paula suspiró. Gabriela llevaba nueve años de decepciones, disgustos y promesas vacías. ¿Cómo iba a culparla por no confiar en que su madre hiciese lo que había prometido?

—Estamos bien aquí, Gabi. Y el colegio no es tan horrible, ¿No?

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