miércoles, 29 de enero de 2020

Mi Bella Embustera: Capítulo 20

Paula no tenía ni idea. Ella era la última persona en la Tierra que podía dar consejos sobre una niña de nueve años.

—Tendrán que averiguar antes qué le pasa. ¿Qué dice Abril cuando le preguntan?

—Nada —respondió Pedro—. Dice que está bien.

—Yo puedo preguntarle a Gabi, si quieren. Si alguien puede sacarle la verdad, esa es Gabriela.

—Te lo agradeceríamos —dijo David.

Cuando miró los ojos verdes de Pedro, Paula sintió una oleada de calor…

—Perdone, señorita. ¿Podría traerme un vaso de agua?

Ella se volvió hacia el resto de las mesas.

—Perdonen un momento —murmuró, recordando que su obligación era atender a los clientes y que confraternizar con el sheriff de Pine Gulch no era buena idea.

No estaba estafando a nadie, pero sí estaba viviendo una mentira. Si Pedro descubría la verdad, que Gabi era su hermana y no su hija y que ni siquiera tenía su custodia legal, las autoridades podrían arrebatarle a la niña y ella no iba a dejar que eso pasara.

Los hermanos Alfonso parecieron tomarse su tiempo con el desayuno y Paula intentó no prestarles más atención de la necesaria. Los otros clientes la mantuvieron ocupada, especialmente un grupo de estudiantes que habían ido al pueblo a pasar el fin de semana. Eran exigentes, petulantes y tan ruidosos que casi esperaba que Lou saliera de la cocina para llamarles la atención. Coqueteaban descaradamente con ella y cuando uno de los más jóvenes intentó tocarla, instintivamente, lanzó un grito de alarma. Antes de que pudiese recuperar el aliento, Pedro había aparecido a su lado. Para ser un hombre tan grande se movía a gran velocidad, pensó, observando la expresión fiera con que miraba a los chicos. Había sido policía militar, recordó. Y, definitivamente, no era una persona de la que nadie pudiera reírse.

—Gracias por el desayuno, Paula —apenas la miraba mientras hablaba, mirando al grupo de chicos.

—De nada —dijo ella. Probablemente podría haber lidiado con aquellos patosos sin ningún problema, pero no podía negar que agradecía su presencia.

—¿Crees que podrías servirme otro café?

—Sí, claro, sheriff Alfonso.

Paula escapó para buscar la cafetera mientras Pedro hablaba con los chicos. No podía oír lo que decía, pero el que había intentado tocarla asentía vigorosamente con la cabeza, pálido como un cadáver.

—Yo podría haber lidiado con la situación, pero gracias —le dijo cuando volvió con el café.

—No volverán a molestarte, no te preocupes.

—Por curiosidad, ¿qué les has dicho? —le preguntó su hermano—. ¿Eso de que llevas en la camioneta el castrador de ganado?

Pedro sonrió y esa sonrisa aceleró el corazón de Paula un poco más.

—No, aunque habría sido buena idea. Solo les he dicho que en Pine Gulch nos portamos caballerosamente con las mujeres y que tengo una celda especial en la comisaría para macarras que vienen buscando problemas. No volverán a molestarte, Paula. Y si lo hacen, dímelo.

—Lo haré —murmuró ella, apartándose antes de hacer algo completamente ridículo como ponerse a llorar.

Estaba más agitada por el incidente de lo que le gustaría admitir, pero no por aquellos maleducados sino por la reacción de Pedro. Llevaba muchos años cuidando de sí misma, ya que Alejandra tenía el instinto maternal de una mosca, y a pesar de eso, o tal vez por eso, se había esforzado mucho en ser una adulta competente y segura de sí misma. Estaba sola desde que se emancipó a los dieciséis años y se había convencido a sí misma de que no necesitaba a nadie. Entonces, ¿Por qué le temblaban las rodillas cada vez que veía al sheriff? No tenía una respuesta para esa pregunta. Y, en aquel momento, debía concentrase en cuidar de su hermana pequeña como no lo había hecho nunca su madre.

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