viernes, 17 de enero de 2020

Destino: Capítulo 68

—Hola, Paula.

—Hola.

—Espera un momento.

Se quitó los cascos, apagó el compresor y entonces se hizo el silencio. Pedro tomó una camisa que tenía colgada de un clavo cercano y se la puso. Paula no pudo evitar sentir cierta decepción.

—Te he traído una tarta. La ha hecho mi madre —le dijo ella, estirando los brazos.

—¿Una tarta?

—Sé que no es nada. No es suficiente para agradecerte lo que has hecho, pero…

—Gracias. Me encantan las tartas. Y todavía no he cenado, así que me viene estupendamente. Hoy cenaré tarta.

Llevaba un pequeño trozo de venda en la frente, el color blanco contrastaba con su pelo moreno y su rostro bronceado por el sol.

—Te has hecho algo en la cabeza durante el rescate, ¿Verdad?

Él se encogió de hombros.

—No es nada. Solo un pequeño corte.

De repente, Paula sintió ganas de llorar.

—Lo siento.

—¿Estás de broma? No es nada. Me habría roto una pierna conm tal de salvar a los niños.

Ella lo miró fijamente y pensó que no podía quererlo más. Aquel era Pedro. Su mejor amigo. El hombre al que siempre había querido, que siempre la hacía reír, que la hacía sentirse fuerte y capaz de cualquier cosa. Supo que debía marcharse si no quería perder el control y hacer una tontería.

—Solo… solo quería darte las gracias. Otra vez. Sé que no es suficiente, nunca lo será, pero gracias. Te lo debo… todo.

—No. No me debes nada. Solo he hecho mi trabajo.

—¿Que solo has hecho tu trabajo? ¿De verdad?

Él la miró durante unos segundos antes de responder:

—Bueno, no. Si me hubiese limitado a hacer mi trabajo habría seguido el protocolo y habría esperado a que el equipo llegase antes de meterme en el agua. No he hecho mi trabajo, es verdad.

A Paula se le escapó una lágrima, pero la ignoró. Tenía que marcharse.

—Bueno… te debo una. Ya sabes que tienes una habitación a tu disposición en el hostal siempre que quieras.

—Gracias. Te lo agradezco.

Ella suspiró y asintió.

—No, gracias a tí. Espero que te guste la tarta. Hasta luego.

Se giró y fue en dirección a su coche mientras las lágrimas que había luchado por contener corrían por sus mejillas. No sabía por qué estaba llorando. Probablemente por muchas cosas. Por el estrés de haber estado a punto de perder a sus hijos, por la felicidad de tenerlos en casa. Y porque, de repente, sabía que quería a Pedro más de lo que lo había querido nunca.

—Paula, espera.

Ella negó con la cabeza, incapaz de girarse, pero él la alcanzó e hizo que lo mirase.

—Paula… —murmuró al verla llorando. Y entonces la abrazó.

Ella se relajó y lloró por todo lo que había ocurrido ese día.

—He podido perderlos.

—Lo sé. Lo sé —le dijo él sin dejar de abrazarla.

Y Paula se dió cuenta de que aquel era su sitio. Todo lo demás daba igual. Quería a Pedro Alfonsoy, sobre todo, confiaba en él. Era su héroe en todos los aspectos posibles.

—Y tú… has arriesgado tu vida para salvarlos.

—Pero los tres estamos bien.

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