miércoles, 29 de enero de 2020

Mi Bella Embustera: Capítulo 17

—Yo soy el más guapo —le dijo, con una sonrisa en los labios.

—Lo siento, había olvidado que Pedro tenía un hermano mellizo.

—Soy David Alfonso, el jefe de bomberos de Pine Gulch —se presentó, ofreciéndole su mano.

—Yo soy Paula Chaves.

—Sí, lo sé, eres nueva en el pueblo, la nieta de Alfredo Chaves. Y la amiga de nuestra Abril debe ser tu hija.

«Nuestra Abril». Paula debía admitir que la conmovía que todo el clan Alfonso se hubiera hecho responsable de la niña porque esa unidad familiar era algo que ella no había tenido nunca.

—Así es —Paula sonrió—. ¿Quiere tomarse un momento para mirar el menú o ya sabe lo que quiere?

Otra cosa que había aprendido durante aquellas semanas en el Gulch, que la gente generalmente ya sabía lo que iba a tomar antes de entrar por la puerta.

—Me apetece una tortilla de queso y jamón esta mañana. ¿Puedes convencer a Luis para que me haga una?

Aparentemente,  David Alfonso lo conocía tan bien como para saber que a veces Lou estaba de mal humor y no quería hacer cosas que no estuvieran en el menú.

—Se lo preguntaré. Ha hecho muchas tortillas esta mañana, así que cruza los dedos.

David sonrió. Era tan guapo como su hermano y se preguntó por qué esa sonrisa no despertaba sus hormonas. Tal vez porque, a juzgar por la mujer que acababa de irse, el jefe de bomberos era un seductor. Pero tenía la impresión de que si Pedro la hubiese mirado así, se habría derretido.

—David Alfonso quiere una tortilla de jamón y queso, Luis.

El hombre frunció el ceño.

—Bueno, dile que sí.

Paula se dió cuenta entonces de que había olvidado preguntarle si quería café. Cuando volvió para remediar el error, él estaba hablando con un par de mujeres de mediana edad en la mesa de al lado, que reían y se ruborizaban con sus coqueteos.

—¿Café?

David sonrió.

—Sí, gracias. Y que sea del fuerte.

Paula estaba sirviéndole una taza cuando la puerta se abrió y el otro Alfonso entró en el restaurante. ¿Cómo podía haberlos confundido? En realidad, no se parecían nada. Su estómago dió un saltito al pensar eso.

—¡Oye!

Paula dió un respingo al ver que había derramado un poco de café sobre la pernera del pantalón de David.

—Lo siento, deja que… —nerviosa, sacó el paño que llevaba en el delantal y empezó a secarlo mientras Pedro se acercaba.

—¿Qué tenemos aquí?

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