viernes, 10 de enero de 2020

Destino: Capítulo 51

—¿Y sabes qué? —añadió el niño con cautela.

—¿Qué?

—Que el jefe Alfonso me ha dicho que Apolo va a necesitar un nuevo hogar cuando se cure.

Paula supo lo que iba a seguir después.

—Así que he pensado que a lo mejor podía quedarse con nosotros. Es un perro muy bueno, no ladra nunca. Yo podría cuidarlo, mamá. De verdad.

—Es verdad —dijo Sofía mientras jugaba con unos cubos de plástico en la mesa de la cocina.

Paula se preguntó cómo iba a salir de aquello sin parecer la peor madre del mundo. El perro era adorable. No podía negarlo, pero en esos momentos no podían tener una mascota. Tal vez en un par de meses, cuando no tuviese que trabajar dieciocho horas diarias. Tenía que conseguir que el hostal funcionase, le costase lo que le costase. No podría soportar otro fracaso. Primero había sido su compromiso con Pedro, después su matrimonio. El hundimiento del hostal sería la gota que colmase el vaso.

—Me encantaría tener un perro —insistió Agustín.

—A mí también —dijo Sofía.

Y ella maldijo a Pedro por haberla puesto en semejante posición. Tenía que haber sabido que sus hijos querrían quedarse con el animal. Vió moverse algo fuera de la ventana de la cocina y vió a Pedro bajo la lluvia, con un chubasquero y un paraguas. Lo observó agacharse y dejar al perro en el suelo, le había envuelto la pata rota en un plástico. Pedro lo tapó con el paraguas mientras el animal hacía sus necesidades y el detalle la conmovió. Tanto, que tuvo que respirar profundamente. No quería que él  volviese a llegarle al corazón. No podía permitirlo. Era Pedro Alfonso. Un mujeriego, igual que Javier. Ya había pasado por aquello antes y se negaba a volverlo a hacer. Agustín lo vió también.

—¿Ves? —comentó—. ¿No te parece un perro estupendo? El jefe Alfonso dice que ni siquiera se hace pis en casa.

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