viernes, 3 de enero de 2020

Destino: Capítulo 36

—Supongo que solo quedo yo —comentó, mirando los dos caballos restantes. Algo le dijo que la yegua gris y negra era de Luciana, así que la zaina tenía que ser suya.


—¿Necesitas una manzana para romper el hielo con ella? —le preguntó Pedro en tono de broma.

—Creo que me las arreglaré —respondió ella, apartando la vista de su sonrisa—. ¿Cómo se llama?

—Rosamunde.

—Hola, Rosamunde.

Acarició al animal, que emitió un sonido raro, lo que hizo que Agustín se echase a reír.

—¡Ha soltado un eructo! —exclamó.

—Es su manera de saludar —le dijo Pedro mirando a Paula a los ojos y sonriendo.

Ella se puso recta y metió el pie en el estribo para subirse a la silla.

Pedro le dió las riendas y sus manos volvieron a tocarse. Paula las apartó e intentó concentrarse en el animal y no en la manera en que él la hacía reaccionar. Pensó que había echado de menos montar a caballo.

—¿Estás preparada, cielo? —le preguntó Pedro a Sofía.

La niña asintió, aunque, de repente, parecía sentir vergüenza.

—Todo irá bien —le aseguró él—. No te soltaré. Te lo prometo.

Tomó las riendas de su caballo y las del viejo Espartaco y sentó a la niña en la silla. Paula la vió pequeña y vulnerable, sentada tan alta, pero tenía que confiar en que Pedro iba a cuidarla.

—Mientras yo monto, tú agárrate aquí. Es el cuerno. ¿Lo tienes?

—Lo tengo —respondió ella—. El cuerno.

—Excelente. No lo sueltes.

Paula observó nerviosa, con miedo a que Sofía se cayese, pero Pedro se subió detrás de ella sin ningún esfuerzo y la agarró por la cintura.

—¿Luciana? ¿Vienes? —le preguntó a su hermana.

Paula se giró y vió a la hermana de Pedro guardándose el teléfono en el bolsillo.

—Tenemos un problema —les contó.

—¿Qué ocurre?

—Era Federico. Un tipo que conducía demasiado deprisa ha atropellado a un perro cerca de las puertas del rancho. Fede iba detrás de ese idiota y lo ha visto todo.

—¿Era nuestro el perro? —preguntó Pedro.

Ella negó con la cabeza.

—No. Me parece que era un perro que estaba perdido. Llevaba varias semanas rondando el rancho. Yo había intentado que entrase, pero todavía no lo había conseguido. Al parecer, tiene una pata rota y Fede no sabe qué hacer con él.

—¿No lo puede llevar al veterinario?

—No ha conseguido hablar con el doctor Harris, así que tengo que ir a ayudarlo yo. Pobrecito.

—¿Fede o el perro?

—Ambos. Fede no sabe nada de perros. Se le dan bien los caballos y las vacas, pero todo lo relativo a cualquier animal que sea más pequeño que un ternero se le escapa.

Hizo una pausa y miró a Paula como si se sintiese culpable.

—Lo siento, después de haberte invitado y todo. ¿Te importa ir a dar el paseo con mi hermano mientras yo voy a ver cómo está ese perro?

Si no hubiese sido por la expresión de Luciana, Paula habría pensado que lo tenía todo planeado para dejarla a solas con Pedro, pero o era una excelente actriz, o su preocupación era real.

—Por supuesto que no. No te preocupes. ¿Necesitas ayuda?

Luciana volvió a negar con la cabeza.

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