viernes, 10 de enero de 2020

Destino: Capítulo 53

—Lo mismo podría preguntarte yo a tí. Pareces cansado.

—Sí. Ha sido un día duro.

A Paula le desconcertó su mirada. Estaba demasiado serio. Pedro solía estar siempre riendo, de broma.

—¿Qué te pasa?

Él se dejó caer en el sofá nuevo y desordenó los cojines que ella acababa de colocar, pero no le importó. Pedro parecía necesitar descansar un momento.

—Ha habido un accidente de tráfico. Un turista imprudente que ha tomado una curva demasiado rápido. El coche se ha salido de la carretera y ha caído por una pendiente.

—¿El turista está bien?

—El conductor solo se ha hecho unos arañazos y se ha roto un brazo —respondió él, rascándose la rodilla por encima del pantalón vaquero—, pero su hijo de diez años no ha tenido tanta suerte. Hemos estado veinte minutos haciéndole una reanimación cardiopulmonar, hasta que ha llegado el helicóptero. Al parecer, ha llegado vivo al hospital de Salt Lake City, pero está muy mal.

A Paula se le encogió el corazón, por el niño y por sus padres.

—Vaya.

—Odio los accidentes en los que hay niños —dijo él—. Me entran ganas de decirles a todos los padres que abracen a sus hijos y que no los suelten nunca. Uno nunca sabe lo que puede pasar. Si no supiese que Fede me iba a matar, iría ahora mismo al rancho y despertaría a Abril solo para abrazarla y decirle que la quiero.

A Paula le conmovió ver cuánto quería a su sobrina. Era un hombre con una gran capacidad para amar.

—Siento que hayas tenido un día tan duro.

Él se encogió de hombros.

—Es parte del trabajo. A veces pienso que mi vida habría sido mucho más fácil si me hubiese quedado a trabajar en el rancho, criando ganado.

Aquellos momentos siempre sorprendían a Paula, cuando volvía a darse cuenta de que Pedro era mucho más que el tipo alegre y despreocupado que fingía ser. Se preguntó si no sería arriesgado acercarse demasiado a él, pero al final se dejó caer a su lado en el sofá.

—Estoy segura de que has hecho todo lo que has podido.

—Eso mismo nos decimos a nosotros mismos para poder dormir por las noches, pero uno nunca sabe.

Paula se acordó de que la fatídica noche en que sus padres habían sido asesinados, Pedro había estado con ella. Luciana había llamado a emergencias, aterrada, y él  había respondido a esa llamada en su propia camioneta. Había vuelto a casa a toda velocidad y se había encontrado con su padre muerto y su madre desangrándose en el suelo. Nunca había hablado de aquello con ella, pero uno de los compañeros de Pedro le había contado que se lo habían encontrado cubierto de sangre, intentando reanimar a su madre. Paula estaba segura de que el hecho de no haberlo conseguido lo había carcomido por dentro. Si hubiera llegado cinco minutos antes, tal vez hubiera podido salvarla. Incluso sospechaba que, en parte, Pedro había culpado a Luciana por no haber pedido ayuda antes. Su hermana, que también había estado en casa, se había quedado escondida en un armario, aterrorizada, un rato después de que hubiesen disparado a sus padres, sin saber si los ladrones se habían marchado o todavía estaban allí.

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