viernes, 17 de enero de 2020

Destino: Epílogo

La novia llegaba tarde. Pedro se miró el reloj en la entrada de la pequeña capilla de Pine Gulch.

—Esta vez vendrá. Está loca por tí. Relájate.

Él miró a David, que iba vestido de esmoquin porque era su padrino. Estaba tan tranquilo que a Pedro le entraron ganas de darle un puñetazo.

—Lo sé —respondió.

Estaba nervioso, pero no le cabía la menor duda de que Laura iba a casarse con él. En los últimos meses, su amor no había hecho más que aumentar.

—Solo espero que no haya tenido ningún problema. No tienes la radio aquí, ¿Verdad?

David arqueó una ceja.

—Pues no. Esto es una boda, por si se te ha olvidado. No necesito la radio.

—Supongo que no habrá tenido un accidente ni nada parecido.

—No. Seguro que el retraso tiene una explicación. ¿Quieres que le preguntemos a Luciana?

—Sí, buena idea. Dame tu teléfono.

—Ya la llamo yo, para eso está el padrino.

—Que me des tu teléfono. Por favor —añadió él.

—Espera que lo encienda —le dijo David, sacando el teléfono—. Tampoco quería que una llamada interrumpiese la ceremonia.

Antes de que les diese tiempo de llamar a Luciana, el teléfono sonó.

—¿Dónde están? —le preguntó Pedro.

—¿Qué haces tú con el teléfono de David?

—Iba a llamarte. ¿Qué ocurre? ¿Paula está bien?

—Estamos llegando a la iglesia. Te llamaba para decirte que vamos a tardar unos minutos. Sofía se ha levantado con dolor de estómago y se ha vomitado en el vestido, así que hemos tenido que cambiarla.

—¿Y ya está bien?

—Bueno, regular. Laura está intentando calmarla. Saldremos del coche en cuanto lo consiga.

Vió aparecer por la curva la limusina que habían alquilado para la novia.

—Ya los veo, gracias por llamar.

Colgó el teléfono y se lo devolvió a David. Federico se acababa de acercar a ellos.

—¿Todo bien? —preguntó con preocupación.

—A Sofía le duele el estómago. Voy a ver cómo está.

—¿Y la superstición de no ver a la novia antes de la boda? — preguntó David.

—Este caso es especial —respondió Pedro antes de alejarse de sus hermanos para ir hacia la limusina.

Las mujeres acababan de salir del coche y estaban junto a la puerta. Lo primero que vió Pedro fue a Paula, preciosa con un vestido de color crema y el pelo recogido de manera elegante. Sofía estaba en sus brazos, vestida solo con unas braguitas blancas. La niña lo vió y gimoteó:

—Jefe.

—¿Qué te pasa, cariño?

—Me duele la tripa.

—Sofi, ¿Cuántos trozos de tarta te comiste anoche en la cena?

Taft recordó haberla visto dos veces con un plato de tarta. La niña se encogió de hombros y sacó dos dedos.

—¿Estás segura?

Ella miró a su madre, luego otra vez a él, y levantó otros dos dedos.

—No me extraña que le duela la tripa esta mañana.

—Me gusta la tarta —anunció Sofía.

Pedro sonrió.

—A mí también, cariño, pero no comas demasiada o te dolerá la tripa.

—De acuerdo.

Pedro le dió un abrazo.

—¿Estás mejor?

Sofía asintió y se limpió un par de lágrimas de las mejillas. Era adorable y Pedro no podía creer que él tuviese la suerte de poder ser su padre.

—Mi vestido está sucio.

—Vamos a lavarlo y a lo mejor para la hora de la cena ya está seco —le dijo su abuela—. Ahora puedes ponerte este rojo que te había comprado para Navidad.

—Muchas gracias, mamá —dijo Paula.

Alejandra sonrió y tomó a la niña en brazos para ayudarla a ponerse el vestido y peinarla otra vez.

—¿Crisis superada? —le preguntó Pedro a Paula.

—Eso parece —respondió ella sonriendo—. ¿Estás seguro de que estás preparado para tantas emociones?

Él la abrazó.

—Por supuesto que sí.

Quería besarla, pero tuvo la sensación de que a su madre y a su hermana no les gustaría el gesto. La puerta del otro lado del coche se abrió y Agustín salió corriendo.

—¿Cuándo empieza la boda? Estoy cansado de esperar.

—Te comprendo, hijo —le respondió él sonriendo antes de darle un abrazo.

Eran su familia. Había esperado más de diez años para aquello, y no sabía si iba a tener paciencia para esperar ni un minuto más para que sus sueños se hiciesen realidad.

—Bueno, yo creo que ya estamos —aseguró Luciana—. Mirad qué guapa está Sofía.

—Preciosa —dijo él.

Sofía le sonrió y le dió la mano.

—Vamos a la boda.

—Buena idea, cariño —dijo. Luego miró a Paula—. ¿Estás lista?

Paula le sonrió y Pedro la miró y supo que tenían el resto de sus vidas por delante para ser felices y amarse.

—Sí, por fin lo estoy —respondió ella, dándole la otra mano.

Y así caminaron juntos hacia su futuro.






FIN

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