lunes, 6 de enero de 2020

Destino: Capítulo 42

—Ahora vuelvo con algo de Luciana para tí —le dijo Pedro a ella.

Fue a la habitación de su hermana, donde enseguida encontró unos pantalones de chándal y una sudadera. Cuando volvió al salón los niños estaban envueltos en las mantas, hechos un ovillo en el sofá. Dejó allí la ropa de su hermana.

—Toma. Estoy seguro de que a Luciana no le importará que te la preste. De hecho, se enfadaría si no lo hiciera.

A pesar de tener los labios apretados, Paula asintió. Pedro pensó que con el pelo mojado alrededor de la cara estaba todavía más guapa de lo normal. Le daba un aspecto delicado y vulnerable, allí sentada delante del fuego. Deseó abrazarla y protegerla para siempre. Pero lo mejor sería guardarse esos deseos para él por el momento.

—Denme unos minutos para que lleve a los caballos al establo y pondré su ropa a secar.

—Creo recordar dónde está la secadora —murmuró ella—. Me cambiaré y lo haré yo misma.

—De acuerdo. Ahora vuelvo.

Pedro tardó más tiempo del que se había imaginado en ocuparse de los caballos, y pensó que había perdido la práctica. Cuando terminó, una media hora después, todavía llovía mucho y hacía viento. Entró en la casa empapado y pensó que a Luciana no le haría ninguna gracia que mojase todo el suelo, aunque era probable que lo perdonase, sobre todo, porque había cuidado bien a los caballos, y a los invitados. Con un poco de suerte, no lo pondría a dormir en la caseta del perro. Fue a la habitación de Federico a por un par de vaqueros secos y una suave sudadera verde. Se cambió rápidamente y fue descalzo a la sala de la televisión, a ver cómo estaban Paula y los niños. Cuando abrió la puerta, la vió llevarse un dedo a los labios y hacerle un gesto para que se acercase a los sofás. Él siguió su mirada y se dió cuenta de que tanto Agustín como Sofía estaban dormidos, envueltos en las mantas y hechos un ovillo. La televisión se encontraba encendida, pero el sonido de los dibujos animados estaba casi apagado.

—Vaya, ¿Qué ha pasado? —preguntó en un susurro.

Ella se levantó y salió al pasillo. Se había puesto la ropa de Luciana y se había recogido el pelo mojado en una coleta. Pedro pensó que con aquella sudadera parecía mucho más joven. Parecía la adolescente de la que se había enamorado.

—Ha sido una tarde llena de emociones para ellos, y Sofi no ha dormido la siesta. Agus dice siempre que es demasiado mayor para dormirla, pero de vez en cuando todavía lo hace delante de la televisión.

—Sí, a mí también me pasa.

—¿De verdad? Si he oído que siempre estás acompañado. Deben de quedarse muy decepcionadas.

Pedro frunció el ceño.

—No sé qué habrás oído por ahí, pero te advierto que los rumores acerca de mi vida social son muy exagerados.

—¿De verdad?

Pedro no quería hablar de aquello. Lo que quería era abrazarla y besarla, y estar así cinco o seis horas, pero como no podía hacerlo, pensó que por lo menos intentaría dejar las cosas claras.

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