lunes, 6 de enero de 2020

Destino: Capítulo 41

Casi habían llegado. Estaban muy cerca del rancho cuando empezó a llover con fuerza y cuando llegaron a los establos Agustín estaba temblando, Paula tenía el pelo empapado y Pedro estaba enfadado por no haber vuelto un poco más deprisa. Al menos Sofía estaba seca, ya que le habían puesto el único impermeable que tenían. Pedro los llevó directamente a la casa. Bajó de su caballo y dejó a la niña en el porche antes de volver a ayudar a Agustín a desmontar.

—Corre al porche con tu hermana —le ordenó.

Luego, y sin pedirle permiso, tomó a Paula de la cintura y la bajó también. Estaba temblando.

—Lo siento —le dijo—. Tenía que haber prestado más atención al cielo. La tormenta me ha pillado desprevenido.

A Paula le castañeteaban los dientes y tenía los labios azules del frío.

—No pasa nada. Tengo calefacción en el coche. No tardaremos en entrar en calor.

—De eso nada. No van a volver a casa con la ropa mojada. Entren y les buscaremos algo para que se cambien.

—No será necesario. Estaremos en casa en un cuarto de hora.

—Si los dejo volver a casa mojados, Lu jamás me lo perdonará. Sobre todo, si se ponen enfermos. No sabes el genio que tiene. Ven. Los caballos pueden esperar aquí fuera unos minutos.

Tomó a ambos niños en brazos, haciéndolos reír, y los llevó al interior de la casa. El hecho de que se riesen a pesar del frío lo conmovió. Ya quería a aquellos niños. ¿Cómo le había podido pasar? Agustín, con sus miles de preguntas, y Sofía, tan cariñosa y risueña. Sin que se diese cuenta, habían entrado de puntillas en su corazón y tenía la sensación de que no le iba a ser fácil hacerlos salir. Quería pasar muchas más tardes como aquella, llenas de risas y diversión, sintiéndose tan bien. Y, como no era exigente, también quería pasar con ellos mañanas y noches. El máximo tiempo posible. Pero Paula parecía decidida a mantener las distancias con él. Cada vez que tenía la sensación de que estaban avanzando, ella ponía otro muro delante y lo dejaba sin saber qué hacer.

—Este es el plan —anunció—. Quita a los niños la ropa mojada y tápalos con una manta. En la sala de la televisión hay una chimenea de gas que os calentará en un segundo. Mientras tanto, yo buscaré algo de ropa.

—Esto es ridículo. De verdad, Pedro, podemos marcharnos a casa y ponernos nuestra ropa en el tiempo que tú vas a tardar en encontrar algo aquí.

—De eso nada. No voy a permitir que os marchéis de aquí mojados. Soy técnico en emergencias médicas. ¿Qué diría la gente si se entera de que el jefe de bomberos de Pine Gulch ha permitido que sus nuevos vecinos sufran una hipotermia?

—Deja de exagerar. No vamos a sufrir ninguna hipotermia — murmuró ella.

Pero lo siguió hasta la sala de la televisión, un lugar con cómodos sofás y sillones. Era uno de los lugares favoritos de Pedro en el rancho, donde solía reunirse con sus hermanos a ver los partidos de fútbol y baloncesto. Encendió la chimenea, que un segundo después estaba calentando la habitación, y tomó un par de mantas para los niños.

—Aquí tienen. Quitense la ropa mojada y tapaos.

—¿De verdad? —preguntó Agustín con los ojos muy abiertos—. ¿Podemos, mamá?

—Solo unos minutos, mientras Pedro mete nuestra ropa en la secadora.

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