viernes, 10 de enero de 2020

Destino: Capítulo 54

Después de marcharse de Pine Gulch, Paula se había preguntado si Pedro no habría bloqueado sus emociones para no sentirse culpable por no haber podido salvar a sus padres. Aunque él había fingido estar bien, era evidente que había llevado dentro el dolor y la pérdida. Tal vez, si hubiese accedido a posponer la boda, el tiempo lo habría ayudado a estar mejor y habrían podido casarse sin tener aquella oscura nube sobre sus cabezas. Pero ya nada de eso importaba. Él estaba mal y ella tenía que hacer lo que pudiese para intentar aliviar su dolor.

—Lo que haces es importante, Pedro, por duro que te resulte en ocasiones. Piensa que, si no hubiese sido por tí y por tus hombres, ese niño no habría tenido ninguna posibilidad. Ni siquiera habría aguantado hasta la llegada del helicóptero. Y es solo una de las cientos de personas a las que has ayudado. Eres muy valioso en Pine Gulch. ¿Cuántas personas pueden decir lo mismo acerca de su vocación?

Él no respondió inmediatamente y Paula no supo descifrar las emociones que había en sus ojos.

—Ya lo estás haciendo otra vez. Ver la parte positiva de cualquier situación.

—Me parece mejor que regodearme en las penas que me rodean.

—Sí, pero a veces la vida es un asco, cuando no puedes arreglar algo con una capa de pintura y un par de cuadros nuevos.

Sus palabras le hicieron daño a Paula, ya que abrieron en ella una vieja cicatriz. Javier siempre había dicho que era dulce e inocente. La había tratado como a una niña tonta y nunca le había contado sus problemas económicos, las dificultades por las que pasaba el hotel, que se acostaba con otras mujeres, como si fuese demasiado frágil para enfrentarse a las duras realidades de la vida.

—No soy una niña, Pedro. Y sé lo duro y feo que puede llegar a ser el mundo. No me considero tonta ni ingenua por intentar ver las cosas buenas de la vida. ¿De qué sirve centrarse solo en lo negativo, en lo difícil, en vez de disfrutar cada nuevo día?

—Yo nunca he dicho que seas tonta —le dijo él, mirándola fijamente—. ¿Quién lo ha hecho?

Ella deseó ignorar aquella pregunta. No era asunto suyo. Pero el viejo hostal estaba en silencio y el momento era extrañamente íntimo.

—Mi marido. Me trataba como si fuese demasiado delicada para enfrentarme a las realidades de la vida. Ese era uno de los muchos motivos de discusión entre nosotros. Él quería fingir que siempre iba todo bien.

Pedro siguió mirándola en silencio y luego suspiró.

—Supongo que es más o menos lo mismo que te hice yo después de la muerte de mis padres.

—Sí —respondió ella, sorprendida de que Pedro hubiese sacado aquel tema de conversación—. Si no hubiese sido por… lo nuestro, no me habría importado tanto que Javier hubiese querido ahorrarme tantas cosas, pero ya había pasado por aquello antes. No quería ser otra vez la niña frágil.

Antes de que a Paula le hubiese dado tiempo a darse cuenta de lo que Pedro se proponía, este puso la mano encima de la suya. Y, por un instante, ella deseó girar la suya y agarrársela con fuerza para no dejarlo marchar jamás.

—Siento haberte hecho daño, Paula. Fui egoísta, me equivoqué. Tenía que haber pospuesto la boda hasta estar mejor.

—¿Por qué no quisiste hacerlo? Un par de meses… y todo habría sido distinto, Pedro.

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