viernes, 10 de enero de 2020

Destino: Capítulo 55

—Entonces habría tenido que admitir que estaba mal. Era un bombero, Paula. Me enfrentaba a incendios. Entraba en edificios en llamas. Hacía lo que tenía que hacer. Supongo que no quería mostrar ningún signo de debilidad. Fue… difícil admitir que el asesinato de mis padres me había afectado tanto, así que fingí que estaba bien. Fui demasiado egoísta e inmaduro como para pensar que tal vez tú tenías razón, que tal vez necesitaba más tiempo.

Ella cerró los ojos y pensó en lo distinta que habría sido su vida si se hubiese casado con él, a pesar de sus dudas. Si hubiese estado un poco más segura de que Pedro terminaría por superar su ira y su dolor, si se hubiese casado con él de todos modos, a lo mejor habrían conseguido que funcionase. Por otra parte, a pesar de que lo había amado con todo su corazón, habría sido infeliz en un matrimonio en el que él no hubiese querido compartir cosas importantes de sí mismo con ella. Lo más probable era que hubiesen terminado divorciándose, odiándose, y con un par de hijos por el medio. Pedro le apretó los dedos y la miró a los ojos. Paula vió en los de él unas emociones que no supo descifrar y que no estaba segura de querer ver.

—Por cierto —murmuró él—, no estuve bien después de que te marcharas. No he estado bien en todo este tiempo. Te he echado de menos, Paula.

Ella lo miró fijamente, se le aceleró el pulso. No quería oír aquello. Su instinto le decía que se levantase del sofá y escapase de allí, pero no consiguió moverse.

—Tenía que haber ido a buscarte —continuó Pedro—, pero cuando quise aclararme, ya estabas casada y embarazada, y pensé que había perdido mi oportunidad.

—Pedro… —le dijo ella en voz baja, profunda.

Paula no supo qué más decir y él no le dio la oportunidad de pensarlo, se inclinó y la besó. Tenía la boca caliente y con sabor a café y a algo más que no pudo identificar. Supo que debía apartarse mientras tuviese fuerzas, pero sus piernas no le hicieron caso, estaba demasiado perdida, demasiado a gusto para separarse de él. Pedro la besó suavemente y luego le repitió:

—Te he echado de menos, Paula.

«Yo también. Demasiado». Lo pensó, pero no pudo decirlo. Todavía, no. Solo pudo sumergirse en la ternura de su beso y dejarse llevar. Y entonces Pedro profundizó el beso y ella pensó que era el momento de apartarse, antes de que llegasen demasiado lejos. Su mente lo sabía, pero, una vez más, su cuerpo no la obedeció y apretó los labios contra los de él. Durante unos minutos, no existió nada más que ellos dos besándose y, cuando se quiso dar cuenta, Paula estaba perdida en los recuerdos de cómo habían hecho el amor en el pasado. Seguía enamorada de él.

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