lunes, 6 de enero de 2020

Destino: Capítulo 44

Así que la acercó más a él e inclinó la cabeza. Paula era mágica. Dulce. Tenía los labios más suaves y deliciosos del mundo. Y él los había echado mucho de menos. Durante unos diez segundos, ella no se movió, se quedó inmóvil mientras él le devoraba la boca, y entonces le devolvió el beso. Pedro aprovechó para profundizar el beso. Le soltó las manos y la abrazó con fuerza. El cuerpo de Paula era el de siempre, tal vez tuviese más curvas. Era normal, después de dos hijos y una década. La apretó contra su cuerpo y disfrutó de aquellas diferencias. Ella gimió suavemente y luego lo abrazó por el cuello y lo besó también. Y Pedro pensó que aquello era lo que quería. A Paula.

Había pasado diez años vagando para encontrar por fin un objetivo, y lo tenía allí, entre sus brazos. Quería tener a Paula y a sus hijos en su vida. No, no lo quería, lo necesitaba. Se imaginó riendo y disfrutando, montando a caballo por las montañas, pasando las noches de invierno acurrucados delante de la chimenea de la casa que estaba construyendo. Para ella. La estaba construyendo para ella y no se había dado cuenta hasta ese momento. Estaba haciendo la casa de la que siempre habían hablado diez años antes. Eso no tenía sentido. Era una locura. Era cierto que se había enterado de la muerte de su marido unos meses antes, y que lo había sentido por ella, pero no había sabido que iba a volver a casa hasta que no había ido a apagar el incendio del hostal. Había pensado que estaba construyendo la casa que él quería, pero en esos momentos se daba cuenta de que Paula y sus hijos encajarían a la perfección en ella. «Frena, Alfonso», se dijo a sí mismo. Un beso no significaba que fueran a pasar el resto de sus vidas juntos. Le daba igual. Siempre le habían gustado los retos, ya fuese subir una montaña, navegar un río o controlar un incendio. Nunca tenía que haberla dejado escapar. Y no iba a volver a hacerlo. Paula volvió a gemir y él recordó lo sexys que le resultaban aquellos ruidos que hacía. Estaba intentando decidir cómo hacer para llevársela a algún sitio más cómodo cuando oyó la puerta. Un segundo después, oyó la voz de su hermana.

—Tenemos que buscarlos —decía Luciana preocupada—. No puedo creer que Pedro no haya vuelto antes de que empezase a llover. ¿Y si les ha ocurrido algo?

—No te preocupes, estarán bien —le respondió Federico en tonom más tranquilo.

Pedro se dió cuenta de que iban a llegar al salón en cualquier momento. Y aunque fuese la cosa más brusca que había hecho, aparte de permitir que saliese de su vida diez años antes, se apartó de Paula. Ella estaba sonrojada, excitada. Preciosa. Pedro se aclaró la garganta.

—Paula —empezó, pero no le dió tiempo a decir nada más antes de que sus hermanos llegasen.

—¡Ah! —exclamó Luciana al verlos.

Miró a su hermano, después a Paula y luego otra vez a su hermano. Frunció el ceño y lo miró mal a él, como si fuese el señor feudal aprovechándose de su vasalla más guapa. La había besado, sí, pero ella tampoco se había resistido.

—Han vuelto sanos y salvos.

—Sí.

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