lunes, 13 de enero de 2020

Destino: Capítulo 58

-¿Qué? ¿Cómo va la casa?

Pedro casi ni oyó la pregunta de su hermano. Estaba demasiado ocupado observando a un niño, aproximadamente de la edad de Agustín, comiendo una de las famosas hamburguesas de The Gulch y hablando con sus padres, que lo escuchaban, aparentemente, sin ningún interés. Se imaginó que eran turistas, porque no los conocía. Faltaba poco para la temporada alta, todavía estaban a mediados de mayo y la primavera estaba en su máximo esplendor. Se preguntó dónde estarían alojados. ¿Y si se acercaba a su mesa y les mencionaba el hostal y su nuevo servicio de desayunos? Aunque si le preguntaban por la calidad de la comida, no podría responderles. Se había marchado de allí un día antes de que Paula empezase a dar desayunos. Pero en esos momentos no quería pensar en ella. Pensó que el niño parecía muy simpático. No era tan adorable como Agustín, pero él tampoco era objetivo.

—¿Cómo va la casa? —insistió David.

Y Pedro tuvo que volver a centrar la atención en su hermano.

—Bien —respondió.

—¿Solo bien? Has pasado un invierno entero trabajando en ella.

—Estoy contento de haber terminado —añadió Pedro, que no estaba de humor para interrogatorios.

Si su hermano seguía así, la siguiente vez se lo pensaría dos veces antes de invitarlo a comer. De todas maneras, no había sido buena idea.

—Sé cuándo alguien me está mintiendo —le dijo David muy serio—. Soy agente de la ley, ¿Recuerdas? Además, soy tu hermano. Te conozco bastante bien. No estás feliz y llevas así varias semanas. Hasta Brenda se ha dado cuenta. ¿Qué te pasa?

No podía decirle a su hermano que en esos momentos quería estar con Paula, con Sofía y con Agustín. Habría dado cualquier cosa por estar allí con ellos.

—Tal vez esté cansado de siempre lo mismo —dijo por fin—. Llevo seis años haciendo el mismo trabajo. A lo mejor ha llegado el momento de pensar en ir a trabajar a otro lugar.

—¿Adónde?

Pedro se encogió de hombros.

—No lo sé. He tenido algunas propuestas. En Nevada, en Oregón, incluso en Alaska. Un cambio me vendría bien. Salir un poco de Pine Gulch, ya sabes.

David arqueó una ceja y lo miró con escepticismo.

—Acabas de terminar tu casa nueva hace una semana. ¿Y ahora estás pensando en marcharte? ¿Después de todo lo que has trabajado?

Pedro se había dado cuenta de que sería una tortura quedarse en Pine Gulch sabiendo que Paula estaba allí, pero que no podía tenerla. La echaba de menos. Había sido mucho más fácil no estar con ella cuando se había marchado a España. Tal vez en esa ocasión le tocase a él irse.

—Es solo una idea. En realidad, todavía no he tomado una decisión.

Antes de que a David le diese tiempo a responderle, Diana Archuleta, la dueña de The Gulch junto a su marido, les llevó la cena.

—Aquí tienes, jefe Alfonso —le dijo, dejándole encima de la mesa su sándwich de carne favorito, con pimiento y cebolla—. Y para el otro jefe Alfonso.

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