viernes, 24 de enero de 2020

Mi Bella Embustera: Capítulo 11

—Gabriela, ¿Te importaría ir a buscar la sujeción para el árbol? La he dejado en el porche.

Gabi corrió a buscarla y volvió unos segundos después.

—Muy bien, yo voy a levantar el árbol, tú solo tienes que colocar ese aparato debajo, ¿de acuerdo?

Ella asintió solemnemente y cuando Pedro levantó el grueso árbol con aparente facilidad, colocó debajo la sujeción como le había indicado. Y Paula no pudo dejar de comparar esa actitud tan activa con la desgana que mostraba cada vez que ella le pedía algo. Pedro sujetó el árbol mientras le daba instrucciones a Gabi para que colocase los tornillos de sujeción alrededor del tronco y ella observaba la escena divertida. Aunque no debería. Pedro era el sheriff de Pine Gulch, se recordó a sí misma. Pero resultaba imposible recordarlo mientras lo veía reír con Gabi porque el árbol parecía decidido a inclinarse hacia un lado.

—Estoy empezando a entender por qué la gente prefiere los árboles artificiales.

—¡Qué blasfemia! —exclamó él, burlón—. ¿Y qué pasa con ese aroma tan maravilloso?

—Un ambientador te da el mismo olor por noventa céntimos y sin que caigan agujas por el suelo.

Pedro sacudió la cabeza sin dejar de sonreír y Paula tuvo que apartar la mirada. Era un hombre extraordinariamente guapo, con esos preciosos ojos verdes… Evitarlo sería más fácil si no despertase en ella sentimiento alguno.

—Yo limpiaré las agujas, te lo prometo.

Para sorpresa de Paula, Gabriela parecía más contenta que nunca. O, al menos, desde que conoció a aquella curiosa extraña dos meses antes, cuando Alejandra la dejó en sus manos.

—Bueno, llega el momento de la verdad —Pedro dió un paso atrás para mirar el árbol—. ¿Está recto?

Gabriela inclinó a un lado la cabeza para tener mejor perspectiva.

—A mí me parece que está muy bien. ¿Verdad, Pa… mamá? Gabi había estado a punto de llamarla por su nombre y era una sorpresa porque a su hermana se le daba muy bien engañar; algo lógico ya que su madre la había enseñado desde niña.

Paula miró al amable sheriff, pero él no parecía haberse dado cuenta.

—A mí me parece que está recto.

—Sí, es verdad. ¡Asombroso! No hemos tardado nada. Parece que se te da muy bien colocar árboles, jovencita.

Su hermana soltó una risita. Una risita, algo que no hacía nunca. Hasta la propia Gabriela parecía sorprendida.

—¿Cómo vamos a decorarlo? —preguntó.

—Tengo luces navideñas en la camioneta. Podemos empezar con eso.

—Seguramente encontraré algo por aquí —se apresuró a decir Paula—. Si no, puedo comprarlo mañana.

No quería que siguiera allí, era demasiado peligroso. Cuanto más tiempo estuviera allí, más posibilidades había de que Gabi volviera a equivocarse y él podría empezar a sospechar.

—Yo tengo luces de sobra en la camioneta. ¿Para qué vas a molestarte en comprar más?

—Ya has hecho más que suficiente.

—Lo bueno de mí es que soy el tipo de hombre al que le gusta terminar las cosas.

Por un momento, Paula imaginó cómo besaría a una mujer: con meticulosidad, sin dejar nada a la casualidad. Sus ojos verdes se oscurecerían mientras exploraba cada centímetro de su boca hasta que se rindiera, dispuesta a dárselo todo… Parpadeó, sorprendida por tales pensamientos. Sus ojos verdes no se habían oscurecido, pero la miraban con curiosidad, como preguntándose qué estaba pensando, y eso hizo que se pusiera colorada, algo que no le había pasado en mucho tiempo. Gabi estaba encantada de tenerlo allí y sería una grosería por su parte insistir en que se fuera. Además, ¿Cuánto podrían tardar en colocar las luces?

—Bueno, de acuerdo. Creo haber visto una caja de adornos en el ático.

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