miércoles, 22 de enero de 2020

Mi Bella Embustera: Capítulo 7

—Y siempre lo tenía elegido desde el verano —dijo Luciana, con una sonrisa triste.

—Por favor, papá, ¿Podemos ir ahora? —insistió Abril.

Pedro tuvo que sonreír ante la persistencia de su sobrina. Abril era una niña feliz, algo asombroso considerando que su madre la había abandonado cuando era casi un bebé.

—Sí, bueno, imagino que tienes razón —dijo Federico por fin—. ¿A alguno de ustedes le apetece subir a la montaña para ayudarme a cortar un árbol? Podemos cortar otro para ustedes.

David se encogió de hombros.

—No, yo tengo una cita. Lo siento.

—¿Una cita un domingo por la noche? —exclamó Luciana, enarcando las cejas.

—Bueno, no es una cita. Voy a casa de una amiga a tomar una pizza y a ver una película.

—¡Pero si acabas de cenar!

David sonrió.

—Eso es lo bueno de la comida… y de otras cosas. Que siempre estás dispuesto a intentarlo otra vez después de un par de horas.

—¿Cuántos añitos tienes? —bromeó Federico, poniendo los ojos en blanco.

—Soy lo bastante mayor como para disfrutar de la pizza y de todo lo que va con ella —bromeó David—. Pero ustedes pasenlo bien cortando abetos.

—¿Te apuntas, Pedro? —le preguntó Federico.

Como él no tenía una amiga con la que compartir una pizza, o ningún otro eufemismo, Pedro decidió que no era mala idea.

—Venga, vamos a buscar un árbol.

Le sentaría bien cabalgar un rato por la montaña. Eso aclararía las telarañas de su cabeza después de hacer tantos turnos. Y fue una buena decisión, pensó media hora después, mientras montaba una de sus yeguas favoritas, Jenny, por el camino que llevaba al bosque. Debería hacerlo más a menudo, pero en la comisaría siempre había mucho trabajo y poco personal. Debería buscar tiempo, se dijo. En aquel momento, con los copos de nieve cayendo sobre su cabeza y ese aire tan limpio y fresco, no querría estar en ningún otro sitio. Le encantaba el rancho River Bow. Aquel era su hogar a pesar de los malos recuerdos. Contando con Abril, cinco generaciones de Alfonso habían vivido allí desde la I Guerra Mundial, cuando su bisabuelo lo levantó. Era un sitio precioso al lado de Cold Creek, el arroyo que en verano se llenaba de ocas y cisnes. Desde allí podía ver las luces de Pine Gulch, su pueblo. Sí, podía sonar como algo de una vieja película del Oeste, pero le encantaba aquel sitio. Había recibido ofertas de otras comisarías de Idaho e incluso de fuera del estado y algunas tentadoras, no podía negarlo. Pero cada vez que pensaba en irse de Pine Gulch pensaba en todas las cosas que tendría que abandonar: su familia, el rancho, el confort de las pequeñas tradiciones, como el desayuno en el Gulch después de un turno de noche… los sacrificios le parecían demasiado grandes.

—Gracias por venir con nosotros —dijo Abril, sujetando las riendas de su poni.

—De nada. Gracias a tí por pedírmelo, renacuaja —respondió él, pensando que su sobrina estaba convirtiéndose en una buena amazona. Federico la había subido a la grupa de un caballo casi desde que empezó a andar y se notaba.

—¿Vas a poner un árbol este año, tío Pepe?

—No lo sé. La verdad es que no tiene mucho sentido viviendo solo.

Odiaba admitirlo, pero era cierto: ya no le gustaba estar solo. Un año antes había decidido sentar la cabeza saliendo con Candela Springhill, del rancho Winder. Pero Candela no era para él. Lo había sabido desde el principio, aunque intentó convencerse a sí mismo de lo contrario, pero había quedado claro cuando Augusto del Norte volvió al pueblo y vió por sí mismo lo enamorada que estaba de él. Después de casarse habían adoptado a una niña preciosa y, además, Candela esperaba otro hijo para la primavera. Aunque Pedro y Augusto no eran amigos, debía admitir que hacía feliz a Candela y eso era lo importante.

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