lunes, 13 de enero de 2020

Destino: Capítulo 56

Fue dándose cuenta poco a poco. Seguía enamorada de Pedro y era probable que siempre lo hubiese estado. La idea la dejó confundida, desorientada. Había querido a su marido. Por supuesto que sí. De lo contrario, jamás se habría casado con él. Era cierto que se había dado cuenta de que se había quedado embarazada de él después de haber tenido una breve aventura, pero no se había casado con Javier por eso, a pesar de lo mucho que la había presionado él para legalizar su situación. Su amor por Javier no había sido tan profundo e intenso como el que había conocido con Pedro, pero lo había querido, al menos, al principio, hasta que sus engaños habían ido minando ese cariño. Y, no obstante, Paula se dió cuenta en ese momento de que una parte de su corazón siempre había pertenecido a Pedro.

—Siempre estuvimos muy bien juntos. ¿Te acuerdas?

Paula se acordaba. Se habían compenetrado bien desde el principio. Pedro siempre había sabido cómo besarla, dónde acariciarla.

—Sí, me acuerdo —le respondió con voz ronca.

Recordaba la pasión, el calor, y cómo le había roto Pedro el corazón. Lo recordaba todo. No podía volver a hacer aquello. No con Pedro. Tal vez siguiese amándolo, pero ese era otro motivo más para no seguir besándose en aquel sofá con él. Se quedó inmóvil y necesitó distancia y espacio para respirar y pensar, para recordarse a sí misma los múltiples motivos que tenía para no volver a pasar por aquello.

—Me acuerdo de todo —dijo en tono frío—. No es a mí a quien se le ha empañado la memoria con los recuerdos de otras personas.

Él levantó la cabeza como si acabase de recibir una bofetada.

—Ya te he dicho que no todo lo que cuentan es verdad.

—Pero está basado en ciertas verdades, eso no puedes negarlo.

No obstante, Paula sabía que aquel no era el problema. El problema era que ella tenía miedo. Seguía queriéndolo tanto como en el pasado, tal vez todavía más, después de empezar a conocer al hombre en el que se había convertido en la última década, pero ya le había entregado su corazón una vez y él había preferido quedarse con su dolor y su ira en vez de con todo lo que ella había querido darle. Si solo hubiese tenido que pensar en sí misma, tal vez hubiera asumido el riesgo, pero tenía dos hijos. Agustín y Sofía estaban empezando a encariñarse con Pedro. ¿Y si este volvía a decantarse por salir de fiesta en vez de por ellos? Ya lo había hecho una vez. Su difunto marido había hecho lo mismo, había preferido ser egoísta a estar con su familia y la había engañado una y otra vez. Y ella no sería la única en volver a sufrir. Sus hijos ya lo habían pasado muy mal con la pérdida de su padre. Tenía que protegerlos.

—No quiero esto. No te quiero a tí —le dijo con firmeza, apartándose.

No obstante, le temblaban tanto las manos que se las tuvo que meter en los bolsillos del jersey que llevaba puesto y respirar hondo para tomar fuerzas.

—Como al parecer les ocurre a la mitad de las mujeres de la ciudad, me siento débil contigo, así que apelo a lo mejor que hay en tí. No vuelvas a besarme. Te lo digo en serio, Pedro. Déjanos en paz, a mí y a mis hijos. Podemos ser educados y llevarnos bien cuando nos encontremos por la ciudad, pero no puedo volver a pasar por esto otra vez. No voy a hacerlo. Los niños y yo estamos por fin en un buen sitio, en un lugar donde podemos tener un futuro feliz. No soportaría que volvieses a rompernos el corazón. Por favor, Pedro. Vuelve a tu vida y déjanos en paz.

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