miércoles, 1 de enero de 2020

Destino: Capítulo 31

—Mi madre me ayuda. Me ha salvado la vida.

Había tomado la decisión adecuada al volver a casa. La familia de Javier nunca había sido demasiado cariñosa con ella, sobre todo, después del nacimiento de Sofía, como si ella fuese la culpable de su discapacidad.

—Te voy a decir una cosa —añadió Luciana—: Ojalá te hubieses casado con Pedro, para que hubiésemos podido ser como hermanas.

—Gracias —respondió ella conmovida.

—De verdad. Fuiste lo mejor que le pasó en la vida. Todos lo pensábamos. En comparación con las mujeres con las que… Bueno, con cualquiera de las que ha salido. No sé cómo fue tan tonto como para dejarte escapar. Y no creas que no se lo he dicho.

Paula no supo cómo responder a aquello, ni por qué sintió el deseo de protegerlo. Pedro no había sido tonto, solo había estado sufriendo y perdido. No había estado preparado para casarse. Ella tampoco, aunque había tardado un par de años en darse cuenta. Con veintiún años había pensado que su amor tenía que haber sido suficiente para poder ayudarlo a superar el dolor y la ira causados por la pérdida de sus padres de un modo tan violento, cuando ni siquiera se había resuelto el crimen ni se había hecho justicia. Una chica idealista y romántica y un chico furioso y amargado, habrían sido una combinación horrible, pensó, sentada en los establos, viendo a sus hijos con los cachorros y con los ruidos de los caballos de fondo.

—También tengo que hacerte una confesión —añadió Luciana.

Ella arqueó una ceja.

—No sé si quiero oírla.

—Por favor, no te enfades.

Sin saber por qué, aquello le recordó a una Luciana diez años más joven, alegre y traviesa.

—Cuéntame. ¿Qué has hecho? —le preguntó divertida.

Antes de que a Luciana le diese tiempo a responder, una voz masculina retumbó en los establos.

—¿Luciana? ¿Estás ahí?

Y a Paula se le encogió el estómago de los nervios.

—Esto… le he comentado a Pedro que ibas a venir con los niños al rancho y que íbamos a ir a dar un paseo, por si quería acompañarnos. ¿Estás enfadada?

Paula se obligó a sonreír, aunque lo que más le apeteciese en esos momentos fuese sentarse en el suelo y ponerse a llorar. Cuando había decidido volver a Pine Gulch lo había hecho a sabiendas de que tendría que volver a ver a Pedro, pero no había esperado verlo tanto.

—¿Por qué iba a estar enfadada? Tu hermano y yo somos amigos.

O, al menos, ella estaba intentando fingir que podían serlo. En cualquier caso, aquel era el rancho de la familia de Pedro y al aceptar la invitación de Luciana ya había sabido que existía la posibilidad de que se lo encontrase allí.

—Ah, menos mal. Me preocupaba que la cosa estuviese tensa entre ambos.

«¿Pero me has invitado de todas maneras?», pensó Paula, pero no lo dijo para no parecer grosera.

—No, no te preocupes —mintió.

—He pensado que nos echaría una mano con los niños. Tiene mucha paciencia con ellos. De hecho, es quien enseñó a montar a Gabi, la hija de Brenda, la prometida de David. En fin, que siempre viene bien tener a otro jinete experto a mano cuando hay niños que no han montado nunca a caballo.

—¿Luciana? —volvió a llamar Pedro.

—Estoy aquí, con los cachorros —respondió ella.

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