viernes, 3 de enero de 2020

Destino: Capítulo 38

La pendiente era suave, lo que hacía pensar que no estaban subiendo mucho, pero por fin llegaron a un claro en el que los pinos y los álamos se abrían y desde donde se veía el rancho y el río, que justo allí tenía forma de herradura. El agua brillaba bajo la luz del sol, reflejando las montañas y los árboles que la rodeaban. Paula admiró las vistas desde el caballo, agradecida de que Pedro se hubiese detenido, y entonces se dió cuenta de que él había desmontado con Sofía en brazos.

—Supongo que tu trasero querrá descansar un poco —le dijo a Agustín.

El niño se echó a reír.

—Sí —respondió—. Me duele y quiero hacer pis.

—No te preocupes. Sofi, siéntate aquí mientras yo ayudo a tu hermano.

Pedro sentó a la niña en un pequeño montículo y luego ayudó a Agustín a desmontar.

—¿Y tú? —le preguntó entonces a Paula—. ¿Necesitas ayuda?

—No, gracias —le respondió ella.

Tenía los músculos doloridos a pesar de llevar muy poco rato montando, así que agradeció poder estirar un rato las piernas.

—Ven, Agus. Te acompañaré detrás de esos arbustos. Sofi, ¿Quieres venir tú también? —le preguntó Paula a su hija.

La niña negó con la cabeza. Estaba ocupada recogiendo flores.

—Yo me quedo con ella —dijo Pedro—. A no ser que me necesites.

Paula negó con la cabeza.

—No, no te necesito.

Mientras echaba a andar, intentó no pensar en el buen equipo que hacían, ni en lo mucho que se parecía aquella escena a las que tantas veces se había imaginado. A Agustín le encantó hacer pis contra un árbol y ni siquiera protestó cuando ella lo obligó a lavarse las manos con el desinfectante que llevaba en el bolsillo. Cuando volvieron con Sofía y Pedro, el perro de Luciana se acercó con un palo y lo dejó a los pies de Agustín. Este lo recogió y se lo tiró al animal lo más lejos que pudo. El perro corrió a por él y Sofía aplaudió encantada.

—Ahora yo —dijo.

Los niños se pusieron a jugar con el perro y ella se apoyó en una roca de granito calentada por el sol y los observó.

—Me estás recordando a hace unos años. Tenías el pelo más largo, pero no has cambiado nada.

Pedro apoyó la cadera en la roca en la que ella se había sentado y el cuerpo de Paula respondió instantáneamente a su proximidad, a su olor. Se apartó un poco para que sus hombros no se tocasen y se preguntó si él se habría dado cuenta.

—Me temo que te equivocas. Soy una persona muy distinta. Todos cambiamos en diez años.

—Sí, tienes razón. Yo tampoco soy el mismo que hace una década. Me gusta pensar que he madurado y que ahora sé lo que es importante de verdad.

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