miércoles, 14 de abril de 2021

Te Quise Siempre: Capítulo 73

Pero ella no se cansó. El no estar en Sugar Maple Grove les hacía ser distintos, se sentían más libres. No había testigos. Ella no era la vecina, ni él el chico de al lado. Empezaron a conocerse de una forma distinta, como adultos, como iguales. Ante la insistencia de ella, Pedro la llevó hasta un muro bien elegido y ella le enseñó lo que había aprendido. Él llevaba escalando prácticamente toda su vida, pero verla a ella haciéndolo le pareció lo más excitante que había visto jamás. Paula adoraba probar cosas nuevas. Siempre estaba dispuesta a ir más allá de las escasas experiencias que había tenido en su pueblo natal. Le gustaba ver el mar y se compró un equipo de buceo. Planeó hacer picnics en la playa para ver las ballenas y los atardeceres. Y le tomó el gusto a la comida étnica. Cuanto más exhausto estaba él por el cortejo de ella, desvelado todas las noches imaginándola en su cama, imaginando cómo sería entregarse a ella, abrazarla, poseerla, más se crecía ella. El cansancio le fue pasando factura. Sus defensas estaban cada vez más bajas. Estaba empezando a contarle cosas que sabía que ella no podría entender. Le contó cómo había enterrado a su mejor amigo. Le habló del papel que había interpretado como Bruno Sinclair, traicionando a todas las personas que habían llegado a creer y confiar en él. Le contó la operación de rescate del hotel y del rostro de la mujer que no había sido capaz de salvar. Pero lo cierto era que ella estaba asumiendo todo aquello mejor de lo que él había imaginado. Y, cuantas más cosas le contaba, mejor se sentía.


 —Está bien, tú ganas —le dijo un día después de volver de una jornada de trabajo especialmente agotadora.


 Ella había hecho limonada de fresa.

 

—Tú ganas, Paula. Me rindo.


Esperaba que ella se diera cuenta de que, para un guerrero como él, aquellas palabras eran muy importantes. Y también que nunca le había hablado con más sinceridad que en aquel momento.

 

—No —dijo él mirándola, sintiendo que aquella rendición era un alivio—. Espera. No eres tú la que ganas. Soy yo. Porque aunque sé que no te merezco, aunque no quiero este estilo de vida para ti, tú todavía estás aquí. Y tengo la sensación de que no vas a desaparecer. 


—Tienes razón, no me voy a ir a ninguna parte.

 

Se acercó a ella. Y se permitió a sí mismo tocarla. Era tan suave… Su piel era tan bella y tan perfecta… Era como si sus dedos hubieran estado esperando toda la vida para poder tocarla. Acercó sus labios a los de ella y la acarició lentamente.

 

—Te amo —susurró él—. Quiero casarme contigo. Si no te tengo, si no estás conmigo el resto de mi vida, creo que no podré vivir. No me has cortejado, Paula. Me has rescatado. Pau, ¿Quieres casarte conmigo?


Estaba pendiente de una palabra. Su corazón se detuvo, toda su vida estaba en vilo, necesitaba saber la respuesta. Y cuando la oyó, fue como si el alma de Sophie le hubiera hablado. No fue sólo una palabra. Fue la afirmación del poder del amor sobre todo lo demás.

 

—Sí. 

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