lunes, 19 de abril de 2021

Inevitable: Capítulo 9

 –No puedo recordar la última vez que alguien me preparó galletas –señaló él, tomando una.


–¿Y tu madre?


–No paso tanto tiempo con mis padres, a causa del fútbol. Ahora estoy cuidándoles el perro mientras están de vacaciones.


Daisy se paseó en el sofá y se acurrucó junto a Paula, posando la cabeza en su regazo.


–Le gustas.


–Es muy cariñosa –dijo Paula, acariciando al animal.


–Es cariñosa cuando quiere –repuso él y mordió una galleta–. Deliciosa.


Paula esperaba que las galletas cumplieran su función de soborno. Intentó reunir todo su valor. Ya no podía echarse atrás.


–Como te había dicho, mi sobrino…


–¿Quiere un autógrafo? –preguntó él, dejando la fiambrera con galletas sobre la mesa.


–A Ignacio le encantaría que le firmaras el balón, pero lo que quiere de veras es que entrenes a su equipo –continuó ella. Era mejor ir al grano y no perder más tiempo–. Me ha pedido que te pregunte si puedes ser entrenador de los Defeeters.


–¿Yo? ¿Entrenador?


–Sé que debe de ser imposible para tí ahora mismo.


Él se miró el pie lesionado.


–Sí, no es buen momento. Espero volver con mi equipo dentro de un mes o así.


–Seguro que podrás hacerlo. Gonzalo dice que eres uno de los mejores futbolistas del mundo.


–Gracias. Es que… Se supone que debo ser discreto mientras esté aquí. Y no salir en la prensa. Si entreno al equipo de tu sobrino, los medios de comunicación lo convertirían en un circo –explicó él y bajó la vista a la perra–. Siento no poder ayudarte.


–No pasa nada. Ya le he dicho a Ignacio que lo más probable era que no pudieras.


Paula había sabido que Pedro nunca habría aceptado. Era famoso y estaba acostumbrado a viajar por todo el país y por el extranjero. Su estilo de vida no tenía nada que ver con aquel lugar. Sin embargo, quizá, podía conseguir que aceptara hacer otra cosa que no le quitara tanto tiempo.


–Pero, si tienes una hora o dos, a Ignacio y sus compañeros les encantaría que les dieras una charla sobre el fútbol.


Hubo un largo silencio. Ella lo había puesto en un compromiso con su petición. Pero no había tenido elección, pues su principal objetivo había sido ayudar a su sobrino.


–Eso sí puedo hacerlo.


–Gracias –repuso ella, aliviada.


–Será un placer hablar con ellos, firmar balones, posar para unas fotos… Lo que los niños quieran.


–Genial, gracias –repitió ella, esperando que eso aplacaría a Ignacio.


–¿Y quién va a ser su entrenador?


–No lo sé –admitió ella–. Los entrenamientos empiezan la semana que viene, así que tengo poco tiempo para encontrar a alguien. Siempre puedo hacerlo yo, si no hay más remedio.


–¿Juegas al fútbol? –preguntó él, sorprendido.


Paula no había podido practicar ningún deporte cuando había estado enferma y, en el presente, seguía prefiriendo el arte al ejercicio físico.


–No, pero he leído mucho sobre el tema y he visto vídeos en Internet, para aprender.


–A Gonzalo se le dan muy bien los niños. ¿Por qué no los entrena él?


–Gonzalo lleva años siendo entrenador de los Defeeters, pero ahora está en el extranjero con una misión del ejército. Su esposa y él han sido destinados fuera. Yo me estoy haciendo cargo de Ignacio hasta que vuelvan, dentro de un año.


–Gonzalo me dijo que planeaba alistarse y utilizar su paga para estudiar en la universidad –comentó Pedro, pensativo–. Pero, desde que me fui de Wicksburg, no sé nada de él.


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