lunes, 26 de abril de 2021

Inevitable: Capítulo 24

 Los niños los rodearon con miradas expectantes. Fue una sensación desconcertante para él y, de pronto, se sintió como si fuera a salir al campo de juego por primera vez.


–Hola, chicos, soy Pedro. Voy a ayudar en los entrenamientos durante un tiempo. ¿Están listos para jugar al fútbol?


Nueve o diez cabezas, de todos los tamaños y colores, asintieron con entusiasmo. Genial. Pedro sonrió. Iba a ser muy fácil, se dijo.


–Quiero que me digan sus nombres y cuánto tiempo llevan jugando.


Cada niño respondió. Valentín. Ramiro. Damián. Pablo. Marcos. Pedro no iba a poder recordar tantos nombres. No pasaba nada, podía llamarlos «Muchacho» y ya estaba.


–Vamos con ello.


–¿Puedes enseñarnos a fingir una falta? –preguntó un niño rubio con largo flequillo.


Algunos jugadores fingían que los habían lastimado para que el árbitro pitara falta al equipo contrario y les concediera un penalti.


–No. Eso no se hace.


–¿Y si es la Copa del Mundo? –preguntó un chico con el pelo cortado a cepillo.


–Cuando estés jugando la Copa del Mundo, sabrás lo que tienes que hacer –contestó él y dió una palmada–. Vamos a calentar.


Los niños se quedaron clavados en el sitio. A juzgar por sus rostros, no tenían ni idea de qué estaba hablando.


–Hagan una fila recta detrás del primer cono que hay en el lado izquierdo.


Los niños se movieron hacia allá, aunque la fila no tenía nada de recto. Dos pequeños se daban codazos, peleándose por estar ambos delante de Ignacio. Otros dos estaban haciéndose la zancadilla. Los del final se estaban dispersando. Las cosas no estaban saliendo como Pedro había planeado. Se pasó la mano por el pelo y miró a Paula. Ella le dedicó una sonrisa provocativa.


–Adelante. Todos tuyos.


El tiempo pasó volando. Paula no había sabido qué esperar de aquella experiencia, pero tuvo que reconocer que a Pedro se le daban bien los niños. Había conseguido amansar a los pequeños mediante ejercicios de calentamiento y pases de balón. Y se había volcado en la tarea lleno de entusiasmo, ganándose a todos los jugadores. Por suerte, el entrenamiento solo duraba sesenta minutos, dos días a la semana, pensó. Porque, cuando estaba en acción, aquel hombre parecía más sexy que nunca. Y peligroso. Mientras él había estado centrado en los niños, ella había aprovechado para contemplarlo. Y había intentando no derretirse ante su atractivo. Pero no era fácil. Sobre todo, cuando no podía dejar de pensar en lo que había sentido cuando él le había tocado la pantorrilla.

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