lunes, 26 de abril de 2021

Inevitable: Capítulo 23

 –Suena complicado.


–Es fácil.


–Tal vez, para una estrella del fútbol.


¿Con que una estrella? A Pedro le sorprendió que lo viera así. Pero no le disgustó.


–También es fácil para un niño de nueve años.


Ella lo siguió hasta donde estaban colocados los conos.


–Primero, quiero que corras alrededor de la parte exterior.


–Los chicos saben hacerlo solos.


–Quiero que vean cómo se hace de la forma correcta.


Pedro contempló cómo corría alrededor de los conos con movimientos de gacela.


–¿Ahora qué?


–Hacia atrás.


Paula volvió al punto de partida y le dió una vuelta a los conos hacia atrás. Pedro le fue diciendo qué debía hacer, ya fuera saltar entre los conos o agacharse para tocarse la punta de las zapatillas. Las mejillas se le fueron sonrosando por el esfuerzo. Los pechos se le movían con los movimientos. Aquella había sido una de las mejores ideas que había tenido jamás, se felicitó en silencio y sonrió, satisfecho consigo mismo.


–Ponte delante de los conos y avanza arrastrando los pies de lado.


Paula hizo algo parecido a un paso de breakdance.


–Deja que te enseñe –se ofreció él y se acercó. Se agachó y le tocó la pantorrilla derecha. Al momento, a ella se le contrajeron los músculos. Su piel era tan suave como parecía–. Tranquila. No voy a hacerte daño.


–Eso dicen todos –murmuró ella.


Pedro no tenía ni idea de a qué se refería ni de quiénes eran «Todos», aunque se propuso averiguarlo.


–Acerca este pie al otro, en vez de cruzar la pierna por detrás – indicó él y le levantó el pie para mostrarle cómo tenía que hacer el movimiento–. Así.


Ella se sonrojó todavía más.


–Podrías habérmelo dicho nada más.


–Sí, pero así ha sido más divertido –repuso él, poniéndose en pie.


–Depende de lo que entiendas por divertido.


Paula recorrió los conos arrastrando los pies, bajo la atenta mirada de Pedro.


–¿Algo más?


Había más, pensó él. Pero, para el primer día de entrenamiento, eso era todo.


–Algunos pases de balón –sugirió ella.


Se oyeron las voces de niños acercándose.


–Te enseñaré eso cuando llegue el momento –contestó él–. Ya está aquí el equipo.


–¿Estás nervioso?


–No hay razón para estarlo. Son niños.


–¿Estás acostumbrado a estar con niños de ocho y nueve años? –preguntó ella, mirándolo con gesto pensativo.


–No, pero he sido niño.


–Ya.


Él le guiñó un ojo y ella sonrió. Entonces, una chispa inesperada surgió entre ellos. Algún niño eructó y comenzó a reír. Aquello sirvió para romper de golpe la conexión que Pedro había sentido con Paula. No era algo que él buscara, ni siquiera lo deseaba. Una cosa era coquetear y otra, bien distinta, era meterse en algo serio. Además, no podía meterse en líos de faldas, al menos, durante su estancia en Wicksburg.


–Han llegado los Defeeters.

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