lunes, 5 de abril de 2021

Te Quise Siempre: Capítulo 52

Pedro, que se había metido ya en el agua detrás de ella, se estaba acercando a ella con el cabello mojado y los ojos llenos de la luz que ella siempre había anhelado ver en ellos. Pero en su vida las cosas nunca habían salido según las había planeado, especialmente en lo relacionado con los hombres. Había fantaseado con aquella luz en sus ojos muchas veces, le había imaginado en aquel lugar corriendo detrás de ella… No podía dejarse llevar por esos sueños. Tenía que hacer frente a la realidad.


 —Pedro, tengo un serio problema.


La magia con la que había soñado desde los quince años desapareció del rostro de él para ser sustituida por la preocupación.

 

—¿Qué pasa? —le preguntó acercándose a ella.

 

—No me toques.

 

—Perdona. Por tu forma de hablar, pensé que estabas a punto de ahogarte o algo así.


 —Creo que mi bañador se está desintegrando —susurró ella—. ¿Por qué tienen que pasarme siempre estas cosas?

 

—¿Cómo que tu bañador se está desintegrando? —repitió él extrañado.

 

—¿Por qué tiene que salirme todo mal? ¡Sobre todo cuando estoy contigo! 


—Oye, no me eches la culpa a mí.

 

—¿Puedes verlo? ¿Se está desintegrando?

 

Pedro se inclinó hacia ella para intentar ver el bañador más de cerca.

 

—¡No mires!

 

—¿Y cómo diablos voy a saberlo entonces?

 

—Dios mío, me voy a morir de vergüenza.

 

—Nadie se muere de vergüenza.

 

—Por desgracia para mí —dijo tocando el bañador, que seguía en su sitio—. Bueno… Puede que no se esté desintegrando, pero… Es como si se estuviera ablandando, como cuando metes un papel en el agua.

 

—Bueno, hay algunos bañadores que… Bueno, no están pensados para mojarlos.


 —Tú qué eres, ¿Un experto en bañadores?

 

—Por desgracia para tí —respondió.

 

Paula se imaginó a Pedro en su elegante yate en las playas de España.

 

—¿Estabas siempre rodeado de mujeres hermosas? —preguntó.

 

Estaba dominada por los nervios, a punto de echarse a llorar. Él estaba fuera de sus posibilidades. Siempre lo había estado. Había pasado toda la semana intentando olvidarlo. Había intentado creer en los cuentos de hadas que tantas veces había repudiado.  Y entonces, como por arte de magia, él dijo las palabras perfectas.

 

—Ninguna de ellas era tan hermosa como tú, Paula Chaves.

 

Se quedó mirándole. No se estaba riendo. No estaba bromeando. No podía soportarlo. Si seguía sosteniendo su mirada, se echaría a llorar. 

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