lunes, 19 de abril de 2021

Inevitable: Capítulo 6

 –Al menos, no me meteré en problemas cuidando a un perro. Además, en Wicksburg nunca pasa nada.


–Hay mujeres…


–Aquí, no –le interrumpió Pedro–. Sé lo que se espera de mí. En la ciudad, es otra cosa, ¿Cómo voy a rechazar a todas esas bellezas?


Fernando suspiró.


–Recuerdo a ese chico al que solo le interesaba el fútbol. Antes, no le dabas importancia a nada más.


–Y sigue siendo así –afirmó Pedro, sintiéndose como un chico pueblerino que había conseguido triunfar en el deporte y salir al mundo gracias a ello–. El fútbol es mi vida. Por eso, quiero limpiar mi reputación.


–No lo olvides, las acciones valen más que las palabras –le recordó su agente.


Después de colgar, Pedro se quedó mirando el teléfono y suspiró. Había firmado su contrato con Fernando con solo dieciocho años. Y los consejos de su agente siempre habían sido muy sabios.


–Yo solo me he metido en esto. Ahora tengo que salir solito también –dijo él en voz alta, mirando a Daisy.


Entonces, sonó el timbre. Daisy salió corriendo hacia la puerta, ladrando como un perro feroz. ¿Quién podía ser?, se preguntó Pedro, sin levantarse del sillón. No esperaba a nadie. Tal vez, quienquiera que fuera se iría, pensó. Lo último que necesitaba en ese momento era compañía.




Paula titubeó delante de la puerta. Se controló para no apretar el timbre por tercera vez. Quería terminar cuanto antes con aquella misión abocada al fracaso, pero no quería parecer grosera ni ponerse demasiado pesada. Al otro lado de la puerta, se oía el constante ladrido de un perro, pero nadie abría. Tal vez, la casa era tan grande que necesitaban tiempo para llegar a la entrada, pensó, agarrando con fuerza la fiambrera que llevaba con las galletas. O, quizá, no había nadie. Se puso de puntillas y miró a través de la pequeña ventana coloreada que había en la parte superior de la puerta de madera. Había luz dentro. Tenía que haber alguien. Si no, estarían las luces apagadas. Era lo lógico. Aunque, si eran tan ricos como para vivir en esa mansión, tal vez gastar electricidad no era un problema para ellos. Maldición. No quería tener que volver más tarde. Entonces, al imaginarse a Ignacio sonriente con su camiseta de fútbol, su nivel de ansiedad cedió. Volvería más tarde si era necesario, se dijo ella. No dejaría de intentarlo hasta que consiguiera hablar con Pedro Alfonso. El animal ladró con más agitación. ¿Sería señal de que alguien se aproximaba para abrir?, se preguntó ella. Lo más probable era que no, pero podía llamar una última vez al timbre antes de rendirse. La puerta se entreabrió. Una perra pequeña gris salió y le olisqueó los zapatos. Acto seguido, levantó dos patas sobre sus pantalones vaqueros.


–Abajo, Daisy –ordenó un hombre con pantalones cortos de deporte y una bota ortopédica en la pierna derecha–. Es inofensiva.


La perra, tal vez, pero él, no, pensó Paula. Pedro Alfonso. Era tan guapo…

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