viernes, 30 de abril de 2021

Inevitable: Capítulo 32

 Sin embargo, Paula había creído a su hermano sin dudarlo… Bueno, le había convenido creerlo.


–Nunca pensé que le hubiera pasado nada malo a Squiggy.


–Lo siento –dijo Pedro con sinceridad–. Gonzalo no quiso decírtelo porque sabía lo mucho que la tortuga significaba para tí. Así que la enterramos él y yo en el parque una noche, después de que te hubieras ido a la cama.


–Debí adivinarlo.


–Eras pequeña. No tiene nada de malo creer algo, si nos hace feliz –opinó Pedro.


–¿Aunque sea mentira?


–Fue una mentira piadosa, para que no lo pasaras mal –replicó él–. Ya sabes que Gonzalo era muy protector contigo.


Paula asintió.


–Mi padre me dijo que es importante cuidar a los demás, sobre todo si son niñas –señaló Ignacio y se frotó la nariz.


–Y así es –aseguró Pedro–. Eso estaba haciendo tu padre con tu tía cuando Squiggy murió. Siempre lo ha hecho y supongo que seguirá haciéndolo con ella y tu madre.


–Yo haré lo mismo –afirmó el niño, enderezándose en su asiento.


–Todos deberíamos hacerlo –dijo Pedro, mirando al pequeño con orgullo.


A Paula se le llenó de ternura el corazón. Ese hombre era un encanto y, para colmo, sonaba sincero. Pero lo mismo le había pasado con David, se recordó a sí misma. Debía aceptar la cruda realidad y tomar las riendas de sus sentimientos. Imaginarse a Pedro como un príncipe azul no solo era peligroso, sino estúpido. Ella no iba a arriesgar su corazón por nadie nunca más.


Mientras Paula metía a Ignacio en la cama, Pedro se quedó viendo las fotos que había sobre la chimenea. Mostraban diferentes etapas de la vida de Gonzalo: En el ejército, en su boda, con su familia, en la graduación de la universidad. Eran todas cosas que él no había experimentado nunca. Sonaron pasos detrás de él.


–Creo que esta vez Connor sí se va a quedar dormido –dijo Paula.


Por fin. El niño era divertido y sabía mucho de fútbol, pero no lo había dejado un momento tranquilo en todo el día. Después de haberle dicho buenas noches, el pequeño todavía se había levantado dos veces más de la cama para verlo. Pedro había estado deseando quedarse a solas con ella. No le sentaría mal repetir eso de tocarle la pantorrilla y, si ella le devolviera la caricia, sería todavía mejor. Un poco de diversión no podía hacerle daño a nadie. Nadie tendría por qué saber lo que había pasado allí esa noche. Paula se sentó en el sofá.


–¿Estabas viendo las fotos de Gonzalo?


–Sí. Sigue teniendo el mismo aspecto de siempre, aunque parece que se ha convertido en un hombre de familia.


Muchos jugadores profesionales tenían esposa, hijos, incluso mascotas. Sin embargo, cuando Pedro había empezado a jugar, no había querido que nada se interpusiera en su carrera.


–Es difícil creer que Gonzalo solo tenga treinta años. Ha hecho mucho para su edad –comentó Paula con un poco de envidia–. Los dos han hecho grandes cosas.


–Yo tengo un año menos que él y me quedan cuatro años como futbolista nada más. Tal vez, cinco, si tengo suerte.


–No es mucho.


Los equipos usaban y tiraban a los jugadores. Pero Pedro no estaba preparado para que eso le sucediera a él aún. Tampoco quería estar de baja demasiado tiempo, ni que lo sentaran en el banquillo.

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